El motor rugía como una bestia herida bajo el capó del carro. Alara, con el vehículo ya estabilizado, no apartaba los ojos del espejo retrovisor, donde la camioneta de Pavel zigzagueaba entre los autos, disparando para abrirse paso entre sus perseguidores.
—Aguanta un poco más —murmuró, con los nudillos blancos sobre el volante.
Aprovechando el caos, pisó el acelerador hasta que el velocímetro paso los 160 km/h. Por un instante, creyó que lo había logrado escapar. Hasta que un disparo certero reventó la llanta trasera derecha. El coche patinó violentamente, arrastrándola hacia el medio de la carretera, pero ella continuó conduciendo como si su vida dependiera de ello. Antes de que pudiera reaccionar, dos SUV negros surgieron de un camino secundario.
—¡Maldición!
Con movimientos entrenados, agarró la pistola y bajó la ventanilla lo justo para apuntar. El viento helado le azotaba el rostro.
—Si quieren guerra… la tendrán —susurró, y apretó el gatillo.
El primer disparo retumbó en el aire