Donato sostenía el arma con una mano mientras con la otra presionaba la herida, tenía los ojos inyectados de odio que reflejaban una crueldad que iba más allá del resentimiento.
—Matarte nunca estuvo en mis planes, desgraciada —escupió con voz rota por la rabia—. Solo quería poseerte. Si hubieras aceptado mi oferta desde el principio... —Una tos seca interrumpió su frase, pero los ojos siguieron clavados en ella—. Quizá, como hizo mi hermano, te habría perdonado la vida, y serias mi muñeca de juguete. —Una sonrisa torcida se dibujó en sus labios mientras apretaba el gatillo—. Pero ahora… irás a reunirte con tu familia en el infierno.
Donato apretó el gatillo, pero antes de que pudiera disparar, un estruendo resonó en el aire, seguido por el caos. Sus hombres se dispersaron como cucarachas, refugiándose entre los carros bajo un cruce de balas. Entre la confusión, Donato reconoció a Bruno avanzando hacia ellos.
La ira de Donato se encendió como una llama. Su plan había sido simple: secue