El aire en la habitación era denso, cargado con el aroma de apetito sexual. Alara no le dio tiempo a Bruno a reaccionar. Con un movimiento brusco, le hundió la lengua en la boca con una furia que lo dejó sin aliento. No era un beso, era una reclamación de deseo. Saboreó cada rincón de su boca como si quisiera memorizar el sabor a menta y whisky que lo acompañaba, mientras sus uñas se clavaban en su cuello
Bruno emitió un gemido ronco, sorprendido por la intensidad. Sus manos, antes inertes, se enredaron en su pelo oscuro, tirando con justo la mezcla de dolor y placer que la hizo arquearse contra él. Pero de pronto, se separó, dejando un hilo de saliva entre sus labios.
—Te gusta, ¿verdad? —Su voz era áspera, una mezcla de dominancia y necesidad—. Dime que te gusta.
Alara jadeaba, con la piel en llamas. Mientras se preguntaba mentalmente “¿En serio iba a preguntarle eso ahora?”
—Por Dios, Bruno… —Las palabras le costaba pronunciarlas—. ¿Vas a hacerme esa pregunta sabiendo en el estado