Capítulo cincuenta y cuatro 54
La luz del sol se filtraba por la ventana. Alara abrió los ojos lentamente, con los párpados pesados; los sentía como plomos, se resistían a la claridad. Parpadeó varias veces, desorientada. Trató de moverse, pero el dolor en sus muslos no la dejaba. Intentó estirarse, pero una mano fuerte la retenía por la cintura.

Con miedo, alzó la mirada y se encontró con el rostro sereno de Bruno, sus facciones perfectamente talladas bajo la luz matutina. "Dios, este desgraciado sigue igual de guapo como lo recordaba", murmuró mentalmente.

Los recuerdos de la noche fogosa inundaron su mente: manos acariciando su piel, labios ardientes, su nombre gemido entre susurros. El rubor le quemó las mejillas. Con un movimiento brusco, intentó zafarse, y cuando logró desplazar esa mano poderosa a un lado, una voz grave, aún ronca por el sueño, la paralizó.

—¿Para dónde vas tan temprano? —Bruno sin abrir los ojos, la atrajo de nuevo contra su pecho, el calor de su piel desnuda erizando el cuerpo de Alara.

—¡S
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