Lena la miró con ojos empañados, sin fuerzas para responder. La verdad era obvia: su pequeña merecía una vida sin tanto sufrimiento.
—Leía... —pronunció Lena con voz ronca, luchando por articular cada palabra.
—¿Qué, mami?
—Te... amo...
—¡Mamá, te amoooooooo! —gritó la niña, dibujando una sonrisa radiante que hacía que sus ojitos se achicaran. Se lanzó sobre la cama y enterró la cara en el brazo de Lena, restregándose con suavidad, como si comprendiera que no podía apretar demasiado el cuerpo de su madre.
Gema regresó unos minutos después acompañada de una enfermera y el doctor Sander, quien portaba un maletín. Luego tomó en brazos a Leía, quien protestó llorando al ser separada de su madre y la llevó a la sala de espera de pediatría, la única área donde permitían que la niña permaneciera.
Lo acomodo en una de las sillas infantiles y le dio un libro para colocar, Leía se quedó sentada pintando, con sus pequeños pies balanceándose sin tocar el suelo.
Fue entonces cuando Gema hizo un gesto discreto a Sonia, apartándola unos pasos de la niña.
—Gracias —le dijo, dándole un abrazo—. No sé qué haría sin tu ayuda.
—Es un ángel —susurró Sonia separándose de la doctora—. pero por las noches llora llamando a su mamá hasta quedarse dormida en mis brazos. Me parte el alma verla en ese estado.
Gema se apoyó contra la pared. Sabía que pronto enfrentaría una batalla aún mayor: explicarle a Bruno la existencia de su hija y tal vez, decirle adiós a Lena para siempre.
**********
Horas antes, Bruno estaba sentado en su oficina revisando documentos cuando recibió la llamada que le heló la sangre.
—¿Qué dijiste? —Su voz se quebró mientras corría hacia el ascensor, con el teléfono pegado a la oreja, escuchando a su hermana.
Tras colgar, llamó al aeropuerto y ordenó que tuvieran el jet listo para despegar de inmediato. Sin equipaje, solo con su billetera y pasaporte, despegó rumbo a Los Ángeles. Durante el vuelo, sus dedos no dejaron de tamborilear contra el brazo del asiento. "Lena Barker, no puedes dejarme solo", se repetía mentalmente.
Al llegar al aeropuerto, un auto ya lo esperaba y lo trasladó directamente al hospital. Al sentir que el vehículo se detenía, bajó y, a grandes zancadas, preguntó en recepción:
—¿Dónde se encuentra Lena Barker?
—Disculpe, señor, no hay ningún paciente con ese apellido —respondió la recepcionista tecleando el nombre en el ordenador.
Bruno rechinó los dientes. Él jamás había firmado los papeles del divorcio. Aunque las notificaciones judiciales seguían acumulándose en su escritorio, ella seguía siendo su esposa. Respiró hondo para calmar sus emociones.
—Busque nuevamente a Lena Barker —insistió—. O a la doctora Gema Barker quien trabaja aquí.
La recepcionista lo miró con curiosidad. Recordó el caso que tenía al hospital en revuelo y que la paciente era cuñada de la doctora. Observó al hombre alto y guapo.
—Hay una joven que ingresó hace dos semanas por un accidente, pero se registró como Lena Esmuís. Es cuñada de la doctora Gema Barker.
—Sí, joven, esa es la persona que busco —confirmó Bruno, con la voz cargada de urgencia.
La recepcionista le indicó el piso de Terapia Intensiva y el número de habitación. Al llegar al piso, su corazón latía como si quisiera escapar de su pecho. Una enfermera, le señaló la habitación que buscaba.
Al abrir la puerta, el aire se le atoró en los pulmones. Lena yacía conectada a máquinas, pálida como la sábana que la cubría, con los labios partidos por la fiebre. Bruno se acercó con pasos lentos, sintiendo que el suelo cedía bajo sus pies.
Notó cómo los párpados de Lena se movían, abriéndose lentamente. Ella despertaba del letargo de los analgésicos.
—¿Cómo te sientes? —murmuró él, tragando el nudo en su garganta.
—Bruno… —Su rostro demacrado reflejaba la sorpresa de verlo allí.
—Dos semanas aquí, Lena. Dos semanas desde el accidente —apretó los puños, con la ira y el dolor luchando en su pecho—. ¿Y ahora es que mi hermana me avisa?
—Yo se lo pedí… —tosió, emitiendo un sonido húmedo y débil—. No quería que me vieras así.
—¡Pues ya estoy aquí! —casi gritó, pero contuvo la voz al verla estremecerse. Respiró hondo, ahogando el temblor de sus propias manos—. Traeré a los mejores especialistas. Lo nuestro lo hablaremos después, querida esposa. Pero primero… —su voz se quebró apenas perceptiblemente.
—Bruno. No tengo mucho tiempo vida. Perdóname por no hablarte de Leía.
—¡Basta! —la interrumpió, con los ojos inyectados en sangre—. No puedes dejarme así. No después de encontrarte.
Ella comenzó a sollozar, y Bruno sintió que algo se rompía en su pecho al verla tan vulnerable.
—Por favor, no llores, mi niña —susurró, limpiándole las lágrimas con el pulgar—. No soporto verte así.
—Tenemos una hija —Lena lo miró fijamente, sabiendo que su cuñada ya le había mencionado de la pequeña—. Se llama Leía. Sé que no querías casarte conmigo. Si no deseas hacerte cargo de ella, Gema será su tutora.
—¡Maldita sea, Lena! No digas eso. Mientras te recuperas, esa niña estará conmigo. No es negociable.
Ella negó con la cabeza y, con los labios temblorosos, balbuceó:
—Prométeme que la protegerás. Quiero irme tranquila, sabiendo que la cuidarás y que la amarás.
Bruno sintió lágrimas asomarse en sus ojos. Sabía que se estaba despidiendo, y eso no lo iba a permitir. Su cuerpo entró en pánico al escuchar el monitor sonar frenéticamente. Salió de la habitación gritando:
—¡Enfermera! ¡Ayúdenme con mi esposa!
En ese momento, Gema llegó con Leía. La niña, al ver el caos, se agitó llorando.
—Es tu hija —susurró Gema, colocándola en sus brazos—. Quédate con ella.
Bruno la tomó mecánicamente, sin poder apartar la vista de la habitación donde los médicos intentaban reanimar a Lena. Leía pataleó, gritando por su madre, pero él no podía moverse. No hasta que vio la camilla salir a toda prisa, cubierta por una sábana blanca.
Gema se acercó y le confirmó lo que ya sabía: su esposa había fallecido. Lo tomó del brazo y salieron del hospital para calmar a la niña. Caminaron hacia un parque cercano.
Leía corrió tras las palomas, su risa infantil chocaba brutalmente con el dolor de Bruno.
—Es idéntica a ti —murmuró Gema, observando cómo su hermano se desmoronaba mirando a la pequeña.
—¿Por qué no me dejó explicarle? —la voz de Bruno era áspera—. Que la amaba en silencio, que todo fue un error…
Gema no respondió. En cambio, le entregó un documento:
—Lena donó su cuerpo al ala de investigación. Firmó esto antes de morir.
—¡No! —Bruno arrancó el papel de sus manos, rompiéndolo en pedazos—. Me llevo a mi esposa a Boston. Su familia merece tenerla en un lugar donde ir a visitarla.
—Fue su decisión —balbuceó Gema, con voz apagada—. Ahora ocúpate de lo único importante que nos regaló.
Señaló a Leía con la mirada, quien jugaba inocente bajo el sol de la tarde. Bruno miró a su hija, a ese pequeño ser que era todo lo que quedaba de Lena, y por primera vez en años, sintió ternura.