Capítulo cuatro 4

—Gema, el dolor es insoportable —dijo con voz débil, mientras las lágrimas caían en silencio por el costado de sus ojos, empapando la almohada. —Ya no quiero seguir sufriendo… pero quiero vivir… quiero respirar… quiero cuidar de Leía… quiero ver crecer a mi princesa. —Hacía pequeñas pausas entre cada frase, como si cada palabra le costara un esfuerzo sobrehumano.

Gema, de pie junto a la cama, sentía que cada palabra de su cuñada le partía el corazón. Ver a Lena, que antes irradiaba alegría y vitalidad ahora reducida a una sombra de sí misma, era una agonía. Trató de mantener la compostura.

—No digas eso, amiga. Leía te necesita. Además, no estará sola. Te tiene a ti, me tiene a mí… —Hizo una pausa, sabiendo que la siguiente mención la tensaría—. Y también tiene a su papá.

Lena soltó un suspiro débil, cargado de nostalgia. Él no sabía de la existencia de la niña. En su momento, no se lo había dicho por pura rabia; después, cuando entendió que los "accidentes" en su vida no eran coincidencias. Y luego vino el difícil nacimiento de Leía. Entre las clases de ballet y las terapias de su hija, no tenía tiempo para pensar.

—Gema… temo que Bruno… la rechace y crea que no es su hija. —Su voz se quebró—. No le dije la verdad a tiempo. Nunca pensé que todo se complicaría tanto. —Una sombra de desesperación se reflejaba en sus ojos. —Si no sobrevivo… llévatela. Cuídala tú. Te cedo la tutela de mi único tesoro.

Gema se inclinó hacia Lena, apretándole las manos con firmeza.

—Esa niña es idéntica a Bruno. De eso no hay duda —Intentó sonreír con sarcasmo—. Mi hermano la amará desde el primer momento en que la vea. Ya lo imagino: será un padre protector. Tú lo ves frío y arrogante, pero Leía cambiará su vida.

—Gema, debes saber que nuestra princesa es una superniña con TDAH. Contacta a la doctora Glenda Ramírez, su neuropediatra del MSDO. Ella te explicará su caso. —Lena tosió, sintiendo la garganta seca. Cada palabra era un esfuerzo—. Mi Leía habla, aunque no todos la entienden. Préstale atención cuando hable, porque se irrita si la ignoran. Para calmar sus crisis de llanto, llévala a caminar o cárgala si se deja. Come sola, pero a veces deja casi todo; y debo dársela yo para que no se quede sin sus nutrientes. No se lleva bien con adultos, pero adora a los niños. Ella…

—Es una niña hermosa. Mientras te recuperas, te prometo que tendrá una vida tranquila y feliz… Estará rodeada de nuestro amor. —Sintió un nudo en la garganta, pero no permitió que Lena viera su angustia—. Amiga, solo tenemos una oportunidad. Acepta la propuesta del doctor Sander. Hazlo por Leía. Es tu chance de verla crecer.

La mente de Lena se aferraba a las palabras que el doctor le había dicho dos días antes, ofreciéndole una posibilidad de vida. Ahora se enfrentaba a una disyuntiva: morir y no poder cuidar de Leía, o convertirse en un experimento y conservar la esperanza de protegerla.

—Sé que el Proyecto Fénix no ha sido probado en humanos. Pero tú serías la primera. He hablado con el profesor Sander. Los riesgos existen, pero ¿no vale la pena intentarlo? Es esto o… —No terminó la frase; las palabras se atascaron en su pecho.

—Gema, siento que no tengo mucho tiempo. Dile al doctor que venga. Firmaré los documentos. Si no sobrevivo cuídala.

—Lena, tienes que ser fuerte. Como médico, debo advertirte que existe el riesgo de no sobrevivir al tratamiento. Confío en Sander, y los demás colegas que están trabajando en esto. Una vez que firmes, te inducirán a un coma. —Hizo una pausa antes de añadir—. Lena… antes de entrar, llamé a mi hermano. Te prometí no hacerlo, pero estás en malas condiciones. Y él te ha buscado desde que te fuiste. Al menos merece verte antes de que te sometas al experimento.

El silencio que siguió fue denso. Lena cerró los ojos, sintiendo la proximidad de la muerte como una sombra que la envolvía, robándole las fuerzas día tras día.

—No… no quiero verlo —Lena abrió los ojos, clavando una mirada intensa en Gema—. Prométeme que no le dirás nada sobre el experimento.

Gema frunció el ceño, confundida.

—¿Qué quieres decir?

—Ya hablé con el doctor Sander. —La voz de Lena era un apenas un susurro, cargado de determinación. —Si decido firmar, me declararán muerta oficialmente. No quiero que nadie, y mucho menos mi hija, me vea sufrir más. No puedo, no quiero que Leía guarde falsas esperanzas en su corazoncito. Tampoco quiero que los demás sepan que sigo viva. —Hizo una pausa, conteniendo un gemido de dolor antes de continuar: —Esto no fue un accidente, Gema. Y por favor tu hermano no debe enterarse del proyecto. No soportaría que, después de cinco años, solo me viera con lástima, agonizando en una cama. —Sus dedos se aferraron débilmente a la mano de Gema. —Desde el momento en que firme esos documentos, tú también debes aceptar que he fallecido. Como todos los demás.

Las lágrimas corrían sin control por el rostro de Gema, que intentaba en vano contener el llanto. Apretó con fuerza las manos de Lena, como si pudiera transferirle parte de su propia fuerza.

—No puedo creer que tengas que pasar por esto sola —susurró con voz quebrada—. Pero te juro, Lena… te juro que haré todo lo posible por nuestra princesa.

Lena asintió débilmente, sintiendo una ola de alivio al escuchar esas palabras. De repente, el dolor en su estómago se intensificó, obligándola a girarse con la poca energía para vomitar. El esfuerzo la dejó temblando, como si su cuerpo estuviera al borde del colapso. Sentía vergüenza de ser vista en ese estado.

Gema la ayudo acomodarse en la cama y sintió la piel de su amiga caliente.

—Estás ardiendo. Voy por una enfermera para que te mediquen y hablaré con el doctor Sander para que venga de inmediato.

Justo cuando giraba hacia la puerta, esta se abrió lentamente. Una cabecita de rizos negros apareció en el marco. Leía, con sus ojos enormes y luminosos, irrumpió en la habitación con seriedad y ternura.

—¡Mami, mami! —gritó, caminando hacia la cama con un maletín de juguete de médico. Trepó a una silla y lo abrió—. Ya comí. Vine a cuidarte.

Gema tragó saliva, al imaginar el futuro que le esperaba a esa niña sin su madre. Al ver a Sonia en la puerta, quien era su apoyo indispensable, ella y su hija había logrado sacar a Leía del hospital, salió rápidamente en busca de la enfermera que atendía a su cuñada.

Lena soportando su dolor, miraba a su bebe.

—¿Te gustó tu comida?

—Sí, mami. Comí sopita de pollo —respondió, acariciando su barriguita—. ¿Y la tuya? ¿Por qué no comiste conmigo? —balbuceó haciendo un puchero con los labios—. Mami vamos a casa, extraño mis juguetes, solo princesa unicornio está conmigo.

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