Al amanecer, Arturo y Natalia regresaron a la habitación, presos del pánico. Convencidos de que Gloria estaba muerta y aterrorizados por la idea de acabar en prisión o algo peor, que los mataran, al entrar encontraron el cuerpo de Gloria exactamente como lo habían dejado. Con manos temblorosas y sin intercambiar palabra, lo envolvieron apresuradamente en una sábana y lo metieron en una vieja maleta. Bajo un cielo nublado que parecía reflejar su culpa, condujeron en silencio hacia las montañas. Allí, junto a la orilla de un río, la abandonaron.
—¡Podrían haberla salvado! —gritó Lena, con las pupilas dilatadas y un nudo de indignación ahogándole la voz—. Pero prefirieron tirar su cuerpo como si fuera basura... —Un silencio espeso cayó sobre la habitación mientras sus manos comenzaban a temblar—. ¿Y esa Natalia? —jadeó, buscando aire—. ¿Esa mujer es mi abuela? ¡Dios mío! —Un escalofrío glacial le recorrió la espalda—. ¿Cuánta maldad y cuántos secretos oculta mi familia?
—Sí, mi Lena… Artu