Fuera de la casa, Tomás llegó justo en el momento del disparo. Aterrado, sacó su teléfono y marcó el número de la policía con dedos temblorosos. Uno de los hombres de Fabricio, que vigilaba los alrededores, vio al extraño con el teléfono en la mano y corrió a informar a Fabricio.
—Jefe, hay un tipo afuera hablando por teléfono —susurró, conteniendo el aliento.
Fabricio maldijo entre dientes y, con un gesto brusco, ordenó a sus hombres:
—¡Salgamos de aquí! ¡Ahora! —El grupo huyó sigilosamente por la parte trasera de la casa.
Una hora antes, cuando irrumpieron en la casa, Arturo estaba en el segundo piso. Mientras escondía a su hija, con manos temblorosas marcó el número de su amigo. El pánico le cerraba la garganta mientras susurraba muy bajito por el teléfono:
—Tomás… entraron a la casa. No sé qué pasa, pero tengo mucho miedo. Lucrecia está escondida en el armario del ático, detrás de los baúles de invierno. Por favor… —hizo una pausa, tragando el nudo de angustia—. Si algo me pasa, c