Gabriela
Era domingo, mis hermanos vinieron con mamá. Hoy no me sentía vacía como ayer, además la conversación con el padre Castro en la tarde calmaron mis nervios, o por lo menos hasta que intentaron mencionar a mi padre y a ese idiota. De ahí no supe más hasta ahora. Sus palabras desde que desperté rondan en con ahínco en mi mente.
—¿Qué tienes, hija? —Era la tercera vez en preguntar lo mismo y no sabía cómo responderle—. No apartas la mirada de la puerta como si esperaras a alguien.
—No lo espero, es que no está. Tengo una sensación extraña. Mi ángel no está aquí. Estoy loca, ¿cierto?
—No, solo debes esperar un tiempo para asimilar lo vivido.
—No quiero recordarlo.
—Si no lo haces, te será más difícil superarlo. —comencé a negar y negar. Iba a olvidarlo, por eso no podía ver a los promotores de mi desdicha—. Supongo que todo será a su tiempo.
—Gracias.
—No me agradezcas, solo vine a hablar contigo, también a recordarte algo. Lo había pasado por alto. Ya debe ser la edad. —Lo miré—.