María Paula
Los besos de Alexey viajaban por toda la espalda, eran pasadas las diez de la mañana. Nunca me había levantado tan tarde un domingo. Pero anoche, a pesar del maltrato, mi cuerpo lo necesitaba.
—Pensé que no ibas a despertarte. ¿Cómo te sientes?
Sentí la dureza de su pene en el muslo. Mi mano lo tomó y su delicioso quejido de placer tensionó mis pezones.
—Adolorida, todo me duele.
—No soy culpable, traté de detenerte, pero estabas decidida. —Tenía razón en eso—. Y ya sabes que una vez estoy dentro de ti, no puedo controlarme. Eres deliciosa.
—Me ha gustado lo que me has hecho.
—Entonces te va a gustar mucho más esto.
Me dio la vuelta y se puso entre mis piernas. Abrió mis piernas, para pasar su lengua, y sentí alivio.
—Delicioso.
—Hasta que no te desinflames, no volveré a penetrarte.
—Sigue.
Era una delicia, su lengua, el modo de saborearme. No desistió hasta lograr su cometido, hasta escucharme gritar su nombre. Una vez a mi lado.
—Qué delicioso desayuno.
—Es mi turno.
—Va