Ernesto
Saqué una cerveza de la nevera. Emmanuel llamó para decirme que no tenía nada por hacer, invitó a tomarnos un par de cervezas, ya que somos los solteros del grupo. No demorará en llegar. Me senté en el balcón. Tomé el celular, vi los mensajes de mi Ángel, ya teníamos dos meses y dos semanas de no tenerla en mis brazos.
Encendí el estéreo, puse la carpeta de buenos vallenatos para soportar la puta tuza. Era mejor así, aunque duela el alma, era mejor dejarla ir. No había un hijo de por medio, nadie lo sabía, salvo Eros y Nadina. Pero así no sufrirán mis padres y no se avergonzarían ante la familia por la abominación cometida. Sonó el celular, era mamá.
—Madre.
—Hijo, ¿cómo estás? ¿Ya comiste?
—Aún no, Emmanuel quedó de traer lasaña.
—Cada vez te veo más delgado. —sonreí—. Estás como Angélica. —Eso dolía, la veo salir de la universidad o del trabajo, si se ve muy desmejorada y era por mi jodida culpa.
—Que tome vitaminas.
—Ernesto, ¿estás enojado con tu hermana?
—No, ¿a qué viene