Ernesto
Había llorado en las noches, en la cama, en la soledad de mi vida a causa de lo que estábamos a punto de cometer. Lloraba por ese hijo, el cual no defenderé. Quise limpiarle la humedad de sus ojos, pero se alejó de mí. La vi bajar del auto. En un silencio nefasto ingresamos a la casa, nos atendió una joven, tomó sus datos, nos indicaron dónde sentarnos, había dos mujeres en la sala de espera.
Ya nos encontrábamos aquí, no había vuelta de hoja. Veinte minutos después la llamaron y su mirada me partió el alma. Las palabras de mamá llegaron a mi mente, callé la conciencia con; era lo mejor para poder alejarnos para el resto de nuestras vidas. La vi ingresar. Desde ya tenía el remordimiento, jamás me iba a perdonar por esto. «Eres un cobarde» —Mi consciencia me acribillaba con justa razón.
La otra semana me iba a entregar, no lo iba a llamar hoy para decirle, lo haré cuando ya tengamos la operación en curso. Era un hecho, viviré en Italia por un tiempo buscando las evidencias para