El día pasó en un borrón de sesiones de terapia.
Portia atendió a tres parejas, cada una en su propio infierno particular. Los escuchó con la atención total que siempre daba, ofreció perspectivas, sugirió ejercicios, les dio esperanza donde podía encontrarla. Pero parte de su mente—esa parte que normalmente podía silenciar durante trabajo—seguía regresando a esos mensajes. A las tres en punto, llegó al bufete Torres & Asociados. El edificio era elegante, piso quince, oficinas con vista panorámica de la ciudad. Edmund Torres resultó ser un hombre de unos sesenta años, cabello plateado, traje impecable, el tipo de abogado que cobraba mil dólares la hora. —Dra. Vale, gracias por venir —extendió la mano con apretón firme—. Siento que tengamos que reunirnos bajo estas circunstancias. —Yo también. —Portia se sentó en la silla de cuero que él indicó—. Todavía estoy procesando todo. Edmund abrió una carpeta gruesa sobre su escritorio. —Entiendo completamente. La muerte repentina siempre es difícil. —Sacó varios documentos—. Permítame explicarle la situación del patrimonio de su tía. Como mencioné por teléfono, usted es la única beneficiaria. El valor total estimado es de veintitrés millones de dólares, distribuidos de la siguiente manera… Portia escuchó mientras Edmund desglosaba los activos. La casa victoriana en Riverside, valuada en cuatro millones. Inversiones en el mercado por diecisiete millones. Dos millones en efectivo y otros activos menores. Era surreal. Abrumador. —¿Hay… hay alguna explicación de por qué me dejó todo? —preguntó Portia—. Quiero decir, en el testamento mismo, ¿escribió algo? —Solo instrucciones: ‘Dejo la totalidad de mi patrimonio a mi sobrina, Portia Luciana Vale’. —Edmund la observó con curiosidad profesional—. ¿No tuvieron ningún contacto reciente? —No en años. Por eso estoy tan confundida. Edmund asintió lentamente. —Hay algo más que debería saber. Su tía cambió este testamento hace ocho meses. Antes de eso, todo estaba destinado a la Sociedad Protectora de Animales. Portia se enderezó. —¿Ocho meses? ¿Qué pasó hace ocho meses que la hizo cambiar de opinión? —No lo sabemos. Ella no dejó ninguna explicación. —Edmund vacil—. Pero… hubo algo. Mi asistente, que conocía a Margaret desde hace años, mencionó que su tía había estado trabajando con un investigador privado en esa época. Para “asuntos personales”, según le dijo. Un escalofrío recorrió la espalda de Portia. —¿Un investigador? ¿Para qué? —No estoy seguro. Pero tengo su tarjeta, si le interesa contactarlo. Edmund buscó entre sus papeles y le pasó una tarjeta de presentación simple: REDDING KAINEInvestigador PrivadoCasos Discretos - Resultados Garantizados Portia miró la tarjeta, sintiendo que algo no cuadraba. Un investigador. Margaret cambiando su testamento. Margaret muriendo ocho meses después. ¿Coincidencia? —¿Puedo quedarme con esto? —Por supuesto. Pasaron la siguiente hora revisando documentos que Portia necesitaba firmar. Cada firma la acercaba más a aceptar esta realidad imposible: era rica. Millonaria. Su vida acababa de cambiar completamente. Cuando finalmente salió del edificio, eran casi las cinco de la tarde. Portia se sentó en su auto en el estacionamiento, mirando la tarjeta de Redding Kaine. Debería estar feliz. Aliviada. Veintitrés millones significaban seguridad absoluta. Pero todo lo que sentía era… inquietud. Buscó “Redding Kaine investigador privado” en su teléfono. Su sitio web era profesional. Foto de perfil mostraba a un hombre de cuarenta y tantos, atractivo de forma áspera, ojos grises penetrantes. Ex-policía convertido en investigador privado. Reseñas excelentes. “Especializado en infidelidades, personas desaparecidas, y casos delicados” decía su bio. ¿Por qué Margaret necesitaría un investigador privado? El teléfono de Portia vibró. Mensaje de Latham: “Voy a llegar un poco tarde, reunión se alargó. ¿Todo bien con el abogado?” Portia respondió: “Sí, todo bien. Nos vemos en casa.” Estaba a punto de guardar su teléfono cuando otro mensaje llegó. El número desconocido. “Marlowe Street 847. Ve esta noche a las 9 PM. Verás la verdad con tus propios ojos.” Portia miró el mensaje, su corazón acelerándose. Esto era ridículo. Era obviamente alguien tratando de jugar con ella. Pero… ¿Y si no lo era? ¿Y si había algo real en Marlowe Street que necesitaba ver? Portia se mordió el labio, debatiendo. Si iba y no había nada, perdería una noche. Si no iba y había algo importante… Miró la hora. 5:15 PM. Si iba a casa ahora, llegaría a las seis. Cenaría con Latham. Luego podría inventar alguna excusa para salir a las ocho treinta. Era arriesgado. Era probablemente estúpido. Pero Portia necesitaba saber. Necesitaba ver qué había en Marlowe Street 847. Aunque la respuesta la destrozara.