Lyra
El aire de la montaña ya no olía a derrota.
El aroma a pino y tierra húmeda estaba siendo reemplazado por el olor a madera recién cortada, cal y el sudor de cientos de cuerpos trabajando al unísono lo que empezó como un grupo de cuarenta sobrevivientes heridos se había transformado, en menos de veinticuatro horas, en un hormiguero humano de proporciones épicas.
Los materiales —comprados con el oro que Kael había liberado antes de caer— llegaban en caravanas constantes, camiones cargados de vigas de acero, sacos de cemento y suministros médicos subían por los senderos escarpados que Marcus había asegurado.
Me detuve en un saliente rocoso para observar el valle los grupos estaban divididos con precisión militar, unos levantaban las defensas perimetrales, otros despejaban los escombros de la antigua fortaleza, y los más jóvenes organizaban las tiendas temporales, mi corazón dio un vuelco al contar las cabezas, ya no éramos cuarenta, eran más de cuatrocientas personas.
Lobos que