Kendall respiró el dulce aroma que emanaba de aquel hombre. Era joven, quizás de unos 29 o 30 años, alto, de complexión fuerte. Llevaba un traje blanco que contrastaba con su piel dorada, y una camisa verde esmeralda que hacía juego con sus ojos avellana. Su presencia imponía, pero al mismo tiempo, resultaba envolvente y serena.
—Una mujer tan bella como tú no debería estar llorando. —comentó él con una voz suave, casi hipnótica. Kendall esbozó una sonrisa inmediata, sin poder evitarlo. Algo en él le brindaba consuelo. Y por un instante fugaz, pensó que eso mismo debió haber sentido Brittany minutos antes, cuando Ethan le dedicó aquellas palabras dulces. Pero el momento se quebró de pronto. Un carraspeo detrás de ella resonó con dureza, como un trueno seco.