Brittany caminaba por los pasillos del salón, con pasos torpes, casi a ciegas. Las lágrimas le nublaban la vista, cayendo como cascada por sus mejillas encendidas. Su respiración se aceleraba, el pecho le dolía como si una mano invisible lo apretara con fuerza.
De pronto, su mente viajó al pasado. Tenía quince años. Fiesta de disfraces en el colegio. Todos lucían trajes brillantes, modernos, cuidadosamente elegidos. Princesas, guerreros, vampiros, hadas… Y ella, con un viejo disfraz de ratón que había encontrado en el armario de su prima menor. La tela descolorida, las orejas dobladas, y la cola rota. Recordaba las risas, los dedos señalándola, los murmullos. —¡Miren! ¡La rata del año! Y desde entonces, durante meses, fue ese su apodo: “la rata”. Nadie se molestó en saber que no tenía