Narra Gabriela
Durante días tracé mi plan, lo repetía en mi mente una y otra vez, como una oración que me mantenía viva. Pero había algo que no encajaba. Algo que me quemaba la cabeza. Yo nunca he sido de dormir demasiado, siempre he tenido un sueño ligero, pero desde que este hombre empezó a traerme comida… no podía mantenerme despierta. Dormía como una piedra, sin control, como si me arrancaran horas de vida de golpe.
Le di mi tarjeta. Con eso tuvo acceso a los trescientos mil dólares que guardaba allí, el anzuelo perfecto para mantenerlo tranquilo. Pensé que esa cantidad le bastaría para confiar en mí, para seguir jugando a mi favor. Pero me equivoqué.
Le expliqué, una y otra vez, que para darle el resto debía ir al banco, que los dieciocho millones no aparecerían como por arte de magia. Que necesitaba mover hilos, firmar documentos, hacer llamadas. Pero él solo me escuchaba en silencio, devolviéndome palabras vacías, respuestas cortas que no llevaban a ninguna parte.
Y enton