La noche se despidió entre copas vacías, carcajadas dispersas y el suave eco de una velada que había empezado tensa y terminó en familiaridad. Klaus, con un leve enrojecimiento en las mejillas y una sonrisa tibia, miró a su sobrina con expresión protectora.
—Lili, ¿por qué no te quedas esta noche? Ya es tarde. Kendall también se queda. Y después de tantas emociones... lo mejor es que descanses aquí.
—Sí, no tengo fuerzas para moverme —admitió Lili con una sonrisa débil.
Sebastián se puso de pie, sacudiéndose los pantalones con desgano mientras buscaba sus llaves.
—¿A dónde crees que vas? —preguntó Klaus con tono sereno.
—A casa. Necesito descansar en mi cama.
—Has tomado, y estás cansado. No voy a dejar que manejes así. Ya pedí un taxi, debe estar por llegar.
Sebastián lo miró por un momento, meditando una respuesta, pero el zumbido de una notificación en su celular lo interrumpió. Suspiró resignado.
—Está bien, me voy en taxi.
A la mañana siguiente, la casa de Klaus