Lili se apresuró a acomodarse la ropa, con sus manos temblorosas mientras trataba de recuperar algo de compostura. La incomodidad de las esposas era insoportable, y cada movimiento la hacía sentirse más atrapada. Sebastián, igualmente incómodo, trató de alisar su camiseta, pero las esposas dificultaban todo. Aun así, intentó sonreírle a Lili, como si eso pudiera aliviar la tensión del momento.
Salieron del auto con torpeza, moviéndose lentamente para evitar que las esposas los tiraran hacia un lado u otro. Sebastián, con esfuerzo, se dirigió hacia el lado del conductor, mientras Lili lo seguía, ambos caminando juntos pero separados por las esposas.
El hombre uniformado los observaba desde la oscuridad, con una linterna en mano que iluminaba todo a su paso. La luz los cegaba por un momento, y el oficial los miraba con una mezcla de desaprobación y curiosidad.
—¿Saben que lo que hacen está penado por la ley? —dijo el oficial con voz firme.
Ambos se quedaron en silencio, sin saber