III. La Secretaria Monroe se fue con su amante

Finalmente, llegué a esta aburrida fiesta, que se me va a hacer eterna. Al final me descarté por un traje de esmoquin negro, de la marca Tom Ford, con un corte impecable y mucha atención en los detalles, unos zapatos de charol negro de alta gama de Church’s, los gemelos de oro blanco y onix de Tiffany & Co y como no podía faltar, el reloj heredado por mi abuelo, un Hublot Big Bang Unico Haute Joaillerie.

Para rematar, me agregué un exquisito perfume de Tom Ford: Ombré Leather y engominé mi pelo elegantemente.

La mansión de los Aron, era tan clásica y aburrida como siempre, si podía sacar algo divertido de esta casa, es al heredero de los Aron, Williams Aron, mi amigo y compañero de juegos de la infancia. Nuestras familias, tenías algo así, como una relación de amistad ancestral.

Subí las anchas escaleras de mármol de la entrada, donde me había dejado el chofer, que fue a estacionar el Mercedes-Benz S-Class negro, que usualmente utilizaba para moverme en el trabajo.

Saludé por aquí y por allá a personas conocidas, que se juntaban en pequeños grupos, la mayoría para sacar algo de interés del otro, y es que estas fiestas de la alta alcurnia siempre son así, no saben diferenciar el momento de ocio, del trabajo.

Lo único que tienen en su cabeza, es como ir agregando más y más dinero a sus cuentas bancarias.

Entré al gran salón abierto, elegante y sofisticado. Con la enorme y clásica, lámpara de techo de araña.

Una música de fondo relajante a base de violines que aligeraba el ambiente y no entorpecía las conversaciones y un servicio de catering estupendo en unas mesas largas con manteles blancos, ubicados estratégicamente, en una esquina que no molestaba a los invitados.

El evento principal, que era la subasta de beneficencia, aún no había dado comienzo.

Al final, después de quitarme de arriba a más y más personas que venían a saludarme con el objetivo, por supuesto, de hablarme de sus proyectos empresariales o de sus hijas solteras, logré encontrar a mi abuela.

Mi abuela es una elegante y arcaica señora de la alta sociedad. Que nadie se confunda, yo amo a mi abuela, ella prácticamente fue quien me crio, porque mi madre falleció en el parto.

Al quedarse mi padre solo y deprimido, digamos que no quería complicarse mucho en criar a un bebé llorón.

Luego mi padre se volvió a casar y aunque no puedo decir que mi madrastra es como la de los cuentos de hadas, malévola y abusiva, seamos realistas, tampoco era su hijo real.

De hecho, nunca quiso dar a luz para no perder su figura, según ella, y mi padre la apoyó, porque ya tenía un heredero que le había costado a su antigua esposa y no quería poner en riesgo a la actual, por otro bebé.

Fui caminando hacia mi abuela, que estaba, como era habitual, con su elegante y sobrio traje azul marino y todas esas joyas antiguas, que posiblemente valían más que mi compañía entera.

Se encontraba sentada en un elegante sillón color crema, hablando con la anfitriona de la fiesta, la Sra. Aleida Aron, que era contemporánea con mi abuela y también millonaria, por supuesto.

- Tita- le digo cuando estoy cerca de ella y le doy un beso pegajoso, en la mejilla.

- No me digas Tita en público, los demás van a pensar que eres un infantil- me dice tratando de parecer seria, pero veo la sonrisa en sus ojos, a esta señora le encanta que la mime.

- Bueno, Sra. Elba Kingsley, ¿cómo ha estado?- repito muy serio dándole la mano como un hombre de negocios. La señora Aleida al lado comienza a reír y mi abuela resopla, al final siempre me deja hacer lo que yo quiera.

- Hola Sra. Aleida, ¿se encuentra bien?, cuanto tiempo sin verla- saludo cortésmente a la otra anciana, que es la mejor amiga de mi abuela, cosa extremadamente extraña, porque son muy diferentes.

Mi abuela es muy seria y estirada, le importa mucho la imagen y el qué dirán y la Sra. Aleida es la típica mujer sencilla, que si no supieras que está forrada en dinero, pensarías que es de las viejitas típicas, que te encuentras en los parques practicando tai chi.

Hablamos un poco de cómo me iba la vida, los negocios y caímos en el tema que le encanta a la Sra. Elba, mis parejas actuales y futuras.

- Te permito jugar ahora en los clubes nocturnos porque eres joven, pero no siempre va a ser así, es más, ya te estás acercando a los 30 años y no veo que tienes ningún plan ni siquiera para un compromiso- me dice mi abuela muy seria y ya estoy aburrido, del mismo tema, si le sigo dando cuerda, esta noche nunca terminamos- Quiero que vayas a la casa la semana que viene, te voy a enseñar un dosier de las mejores señoritas solteras disponibles ahora- me dice como si estuviera hablando de un catálogo de ropas.

Lo peor de todo, es que esas chicas mismas se incluyen en la lista, no les importa para nada que la traten como un curriculum más. La alta sociedad y sus intereses.

- Iré, iré a verte, pero ya relájate y sigue hablando con la Sra. Aleida, que te me vas a poner más vieja- le digo bromeando y me escapo, porque decirle vieja a la Sra. Kingsley, es jugarse la vida.

Salgo al jardín a tomar un poco de fresco nocturno, rezando por no encontrarme a algún pegajoso o pegajosa, y tengo esta vez muy buena suerte, al fin doy con alguien agradable, mi amigo Williams.

- Alan amigo, que bueno que viniste, ya estaba criando hongos del aburrimiento- me dice dándome la mano y en la otra lleva un cigarrillo prendido.

Williams también es un rico heredero, guapo, rubio, de 1,80 cm, buen carácter y ojos azules muy vistosos. De más está decir que es también muy acosado por las chicas busca millonarios.

- Sí, igual me alegra verte, ya mi abuela agotó todas las energías que me quedaban- le respondo imitándolo y sentándome en el barandal ancho de piedra que delimitaba, esta terraza del inmenso jardín, que parecía más un bosque que otra cosa- pásame un cigarro- agrego y me pasa la pitillera de plata y el encendedor.

- ¿Y eso que no viniste con la secretaria Monroe?, es raro verte sin tu sombra- se burla, aspirando luego un poco de su cigarrillo.

- Dice que tenía asuntos personales, seguro se fue con un amante a engañarme- le respondo fumando suavemente y escucho que se ríe de mi broma pesada, miro como el humo se eleva y se pierde en la inmensidad de la noche.

- Bueno, si quieres ahorrarte el mal momento de la subasta que está al empezar, podemos escondernos en mi habitación, tengo un buen whisky que creo te va a gustar- me dice despreocupadamente y siento que ese plan es infinitamente mejor, que ir al matadero en poco más de media hora, que es cuando empieza la “divertida” subasta.

- Me parece un excelente plan, solo hay que asegurarse de que las señoras anfitrionas no nos pillen- le digo refiriéndome a nuestras dos abuelas y asiente de acuerdo. Luego de eso, nos escabullimos escaleras arriba, para matar el tiempo conversando tonterías, o al menos, eso era lo que yo creía.

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