El trayecto desde Polanco hasta el hospital fue tenso y silencioso. Ricardo conducía, apretando el volante con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. A su lado, Alessandro miraba por la ventana la caótica Ciudad de México, aunque su mente estaba a miles de kilómetros y treinta años atrás.
—¿Cuál es la historia? —rompió el silencio Alessandro.
—Socio de negocios. Un viejo amigo —respondió Ricardo—. Lo que sea, menos tu verdadero nombre. No podemos alterarlos más.
—Entendido.
Llegaron a la zona de terapia intensiva. El ambiente de lujo discreto del hospital no lograba ocultar el olor a antiséptico y a miedo. Encontraron a los gemelos en la misma sala de espera, pero la energía era diferente. La adrenalina de la confrontación con sus tíos se había disipado, dejando en su lugar un agotamiento profundo.
Guillermo estaba desplomado en un sillón, con la cabeza entre las manos, mientras Emilio estaba de pie junto a la ventana, vigilando el pasillo, rígido como un soldado.
—Muchac