Mundo ficciónIniciar sesiónEl despacho de Adelaida era un santuario de poder y orden. Maderas oscuras, libros encuadernados en piel y un silencio solemne que solo se rompía por el tictac de un reloj de pie. Noah entró con la sonrisa confiada que siempre usaba en presencia de la matriarca, una máscara de yerno perfecto pulida durante años. No esperaba ver al Licenciado Morales, el abogado de la familia, de pie junto al escritorio como un guardián de secretos.
—Adelaida, querido Morales. ¿A qué debo el honor de esta reunión tan formal? —dijo Noah, aflojándose el nudo de la corbata. Adelaida no le devolvió la sonrisa. Su rostro era una máscara de granito. Con un gesto lento y deliberado, deslizó una carpeta de piel sobre la pulida superficie de caoba. —Siéntate, Noah —su voz era fría, carente de toda calidez—. Hay... discrepancias en las finanzas de la constructora. Discrepancias que llevan tu firma. Noah se sentó, pero su sonrisa vaciló. —¿Discrepancias? Adelaida, sabes que manejo las finanzas con una transparencia impecable. Seguramente es un error contable. —No es un error —intervino el Licenciado Morales, su tono tan cortante como un cristal roto—. Hemos rastreado una serie de transferencias sistemáticas a cuentas en paraísos fiscales durante los últimos doce años. El monto del desfalco es, por decirlo suavemente, catastrófico. Noah palideció. Intentó farolear, proyectar una indignación que no sentía. —¿Me están acusando? ¿A mí? ¡Después de todo lo que he hecho por esta familia, por esta empresa! ¡Es un insulto! Adelaida lo silenció con una mirada. —El insulto, Noah, es tu deslealtad. Abrió la carpeta por completo. Encima de los estados de cuenta, yacía una carta escrita con una caligrafía elegante y femenina. —Creí que el robo era tu único pecado, pero eres más vulgar que eso —dijo Adelaida, empujando la carta hacia él—. Tu secretaria ha sido muy... detallista. No solo sobre el dinero, sino sobre la década que ha pasado calentando tu cama. El color abandonó por completo el rostro de Noah. La máscara de hombre perfecto se hizo añicos, revelando al hombre acorralado que había debajo. Miró la carta, luego a Adelaida, y el miedo dio paso a un resentimiento agrio que había estado fermentando por años. —¿Y qué querías, Adelaida? —espetó, su voz temblando de rabia contenida—. ¿Qué esperabas? ¡Me casaste con una mujer rota! Una mujer que vive enamorada de un fantasma. ¡Nunca tuve una esposa de verdad! ¡Amelia nunca me amó, nunca me miró como a un hombre! La reacción de Adelaida no fue inmediata. Su furia era un fuego frío y controlado. Dirigió una mirada gélida al abogado. —Licenciado Morales, por favor, espérenos afuera. El resto de esta conversación es un asunto familiar. Íntimo. El abogado, entendiendo al instante, asintió con una leve inclinación de cabeza. —Por supuesto, señora. Estaré en el recibidor. —Salió del despacho con la discreción de una sombra, cerrando la pesada puerta de madera tras de sí. El clic de la cerradura resonó en el silencio. Solo entonces Adelaida se puso de pie, su frágil cuerpo temblando con la furia de una leona. Ya no había testigos. —¡NO TE ATREVAS! —su grito, ahora sin restricciones, azotó el aire—. ¡No te atrevas a usar el dolor de mi nieta para justificar tu traición y tu codicia! Eres un ladrón y un adúltero. Has deshonrado nuestro nombre y te has burlado de nosotros. Vas a devolver hasta el último centavo, Noah. Y te vas a desaparecer de la vida de Amelia o te juro por Dios que... Alzó la mano para abofetearlo, un acto de furia pura para borrar la sonrisa de su rostro. Pero Noah fue más rápido. Le sujetó la muñeca con una fuerza de acero, deteniendo el golpe en el aire. Se inclinó hacia ella, su rostro a centímetros del de Adelaida, la máscara de yerno perfecto reemplazada por una mueca de puro desprecio. «El dolor de tu nieta lo provocaste tú», siseó entre dientes. «Tú me la entregaste rota, y yo tuve que lidiar con las piezas. Ella ya no me quería pero ya estaba embarazada cuando se reencontró con el bastardo ese, y después de eso pasaron años para que pudiera estar de nuevo en mi cama ¿Sabes cuándo tomaba su cuerpo? Solo cuando estaba tan ida por los medicamentos y el alcohol que ni siquiera sabía quién estaba encima de ella. Y cuando su cuerpo reaccionaba a mis caricias ella jadeaba de placer y gritaba el nombre de LUCA BELLINI, ese perro; y sabes que me dolía Adelaida, yo amaba a tu nieta, hubiera dado mi vida por ella y por mis hijos, al inicio la trate con amor y devoción cuando la tomaba en esos momentos. A la mañana siguiente, Amelia nunca recordaba nada. Nunca y me dolía aún más saber que no iba a ser el hombre que ella amaba y cuando ella mencionaba su nombre en mi cama, teniendo mi pene dentro de ella, le hacía algo para obtener mi placer y no el de ella; si vieja aunque me mires con horror, escucharás todo: yo la violaba, le hice felacion incontables veces cuando mencionaba al tipo ese, o la golpeaba hasta desmayar la y con su cuerpo aún más inconsciente le hacía sodomía, la ahorcaba cuando me dabaa gana y por eso había días en los que no la podías ver de lo mal que estaba, eso hiciste tu con tu nieta, yo solo tomaba el cuerpo de mi esposa». La apretó con más fuerza, disfrutando del gesto de dolor en el rostro de la anciana. «Tú la veías como una muñeca de porcelana, pero su cuerpo se sentía... seco. Vacío. Y cuando me aburrí de profanar a tu nieta inconsciente, me cogí a mi secretaria. La joven, la preciosa. En mi oficina, en la tuya, sobre los planos de los proyectos que nos hacían ricos. De todas las formas imaginables, Adelaida. Y no me arrepiento de nada, yo me iba a divorciar de Amelia, pero quedó embarazada en una de tantas noches de mi preciosa Luciana y luego llegó Nahomi, amo a mis cuatro hijos, pero a la perra sucia de tu nieta no, hace cinco años que no la volví a tocar». La soltó con un empujón brusco. «Así que no me hables de honor. Me iré con todo el dinero de tu familia, y lo considero mi pago. El pago por cada año que Amelia me humilló con su indiferencia, por cada noche que tuve que conformarme con sus sobras emocionales». La crudeza de sus palabras, la imagen profanada y violada de Amelia, fue un golpe más certero que cualquier bofetada. Adelaida retrocedió, llevándose la mano al pecho como si intentara contener algo que se rompía por dentro. Sus ojos se abrieron con una expresión de sorpresa y dolor agudo. Un jadeo escapó de sus labios mientras se tambaleaba hacia atrás, cayendo pesadamente en su sillón. Noah la observó un segundo, vio el espasmo que la sacudía, el terror en su mirada. No había piedad en la suya. Se dio media vuelta, se ajustó la corbata y caminó hacia la puerta sin avisar a nadie, dejando que el tictac del reloj marcara los últimos segundos de la matriarca mientras el castillo de cartas se derrumbaba a sus espaldas.






