Mundo ficciónIniciar sesión—¿Dónde está mi ropa? —dijo ella, la voz convertida en un temblor de pánico—. Por favor, llama a mi hijo, que mande por mí. Esto no debió suceder. Yo ya tengo una carga enorme en mi mente, estaba vulnerable por la idea de tu abandono, ¡no te puedo tener, tú no me perteneces! ¡Tienes a Ivanka, tienes a tu familia, y yo tengo mi propio calvario! —comenzó a llorar, pero sus sollozos se convirtieron en gritos—. ¡Soy solo una mujer ardiente y reprimida que ha amado a un solo hombre! ¡He tenido sexo contigo y con Noah, pero no quiero que seas Luca, solo quería que fueras el hombre que ya eras para mí antes de todo esto!
Federico estalló. Un rugido de rabia y dolor brotó desde lo más profundo de su ser. —¡Estás enferma! —le gritó, el rostro desfigurado por la traición—. Acabo de entregarme a ti por completo, ¡no fue solo sexo, era amor! ¡Te adoré cada centímetro, grabé en mi mente cada espacio de ti, te tomé como mía para unirte a mi alma! ¡NO SOY LUCA, soy Federico! Y tú... tú... ¡solamente eres una coleccionista de hombres! ¡Me has utilizado, como por años has utilizado a Noah de premio de consolación! Así que te lo digo claro: o me eliges a mí sobre todo tu sufrimiento y aceptas que te ame, o terminas de una vez por todas con mi tormento. Me arrancaré el corazón de ser posible para enterrar este momento, ¡pero decide ahora! ¡No eres una niña, ni yo tu juguete! Tras el grito de Federico, Amelia lo abofeteó con fuerza. Mientras terminaba de vestirse, le gritó: —¡JAMÁS SERÁS LUCA! ¡Vete al demonio, corre a buscar a tu mujer! ¡Yo no estaré condicionada a ti a lo que quieras hacer conmigo, si me amas es tu problema! Salió del consultorio. Ya era de madrugada y hacía frío. Federico corrió tras de ella para calmarla, se disculpó y le pidió que por un momento se sentaran a hablar como adultos; le llamaría a su hijo para que viniera por ella y no corriera peligro en la ciudad. Ella cedió y regresó al consultorio. Se sentó en una silla cercana al escritorio, evitando mirar el diván, que todavía estaba manchado como evidencia de su acto. Ella solo le dijo: —Federico, no puedo negar que la he pasado bien, pero por favor no pidas que te ame. Recupera tu vida y olvídame. Un silencio pesado y denso cayó sobre ellos. Las palabras de Amelia eran una sentencia definitiva. Aceptando la derrota, Federico se movió con la lentitud de un hombre anciano hacia una pequeña cocineta. Puso agua a calentar, el simple acto de preparar té era un intento de imponer un orden civilizado en medio del caos de sus emociones. Minutos después, le ofreció una taza, un gesto de tregua. Él se sentó en su propia silla, detrás del escritorio que lo había protegido por años, y la miró. —Amelia, te amo —dijo con una calma que le costó hasta la última fibra de su ser—. Este momento será difícil de olvidar, pero entiendo que no hay espacio para mí en tu vida. Iré a buscar a mi esposa y a recuperar a mi familia. No te estoy abandonando, eres tú quien me ha pedido que te olvide, y para eso, lo mejor es que vaya a pasar una temporada con Ivanka y me aleje de ti. Ya tienes la información de otros colegas para que puedas mantenerte estable... o, por qué no, decides enfrentarte a tus propios demonios de una vez por todas. Busca a Luca. Habla con la verdad por primera vez en tu vida con tu esposo y enfréntate a tu familia. No puedes dejar que este fuego te consuma... Ella escuchaba y meditaba sus palabras en silencio, pero cuando él tocó el tema de hablar con la verdad y enfrentar a su familia, alzó la mirada. Sus ojos se cruzaron con los de él en una expresión de puro terror. Federico comprendió al instante. Después de tantos años mirando esos ojos marrones, podía leer el pánico que se escondía en sus profundidades. Se levantó de su silla, rodeó el escritorio y se arrodilló frente a ella. Le quitó suavemente la taza de las manos, la depositó en el suelo, y besó sus nudillos con ternura. —Eres una mujer con una fortaleza interna inmensa —le dijo, la voz suave, despojada de cualquier reclamo—. Solo encuentra la forma de ser valiente y enfrentarlos. Si puedes, busca a Luca y vive feliz. Amelia agachó la mirada y nuevas lágrimas mojaron su rostro, cayendo sobre las manos de él. Federico se las secó con la yema de sus pulgares y repitió como un mantra: —Por favor, sé feliz. Se levantó, sacó su teléfono y llamó a Guillermo para que viniera por su madre. El aire del consultorio estaba impregnado del aroma de su encuentro, denso e inconfundible, por lo que salieron a esperar en la acera, bajo la luz grisácea del amanecer. Cuando el coche de Guillermo se la llevó, Federico se quedó un momento mirando la calle vacía. Cerró la puerta de su consultorio por última vez en mucho tiempo. Se dirigió a su casa, y en el camino, con una resolución de acero, compró por internet dos boletos de avión para volar a la Patagonia, a donde estaba Ivanka. Se acercaban las festividades decembrinas y era el momento perfecto para intentar una reconciliación. Dejaría atrás a Amelia y su historia turbulenta. Estaba decidido a recuperarse a sí mismo.






