Con discreción, saqué mi celular de la bolsa. Necesitaba tener cada palabra grabada. Ellos mismos cavarían su tumba.
Mantuve mi expresión serena, casi indiferente, como quien escucha hablar del clima. Aquello pareció desconcertarlos. Lucía se mordía el labio inferior, nerviosa, esperando que gritara, que me negara… pero no. Ahí estaba yo, imperturbable.
—Adri… te lo dije. Sofía no aceptará esta idea. Será mejor que me vaya —su voz salió entrecortada, y sus ojos brillaron con lágrimas perfectamente calculadas.
Adrián reaccionó enseguida, tomándola de la mano para impedirle moverse. No me sorprendió. Conocía de memoria el patrón de Lucía: cuando no lograba lo que deseaba, recurría al mismo teatro. Se victimizaba y me convertía en la villana de su historia.
Los ojos de Adrián se clavaron en mí, duros, cargados de ira.
—Sofía, ¿cómo puedes ser tan cruel? —espetó con desprecio—. Lucía es tu mejor amiga. No puedes negarte a ayudarla. Tú ni siquiera puedes tener hijos, y ella te está dando l