A nuestro alrededor, los empleados del hotel parecían desvanecerse en la penumbra; solo existíamos Luciano y yo. Cada paso que daba hacia la entrada me recordaba la diferencia entre la vida que había dejado atrás y el espacio seguro que él me ofrecía. Por primera vez en horas, sentí que podía respirar, aunque cada respiración también traía consigo una mezcla de deseo y curiosidad que me desconcertaba.
—Desde que te conocí… —murmuré, más para mí misma que para él—. Ya no me siento sola, siempre estás cuando te necesito… todo lo que pasó hoy.
Él me miró, y esa mirada intensa, que podía ser tanto firme como protectora, me hizo encoger ligeramente de hombros.
—No importa lo que pasó hace en ese restaurante, cara —susurró, rozando ligeramente mi mano con la suya mientras me guiaba hacia la entrada—. Aquí dentro, nada puede lastimarte.
Sentí un cosquilleo recorrer mi espalda. La seguridad de su presencia contrastaba con el miedo y la vulnerabilidad que había sentido toda la tarde, y por