Mis movimientos eran calculados, cada paso medido con precisión, como si mi vida dependiera de no cometer un solo error. Llegué a la puerta de la habitación por la que había salido antes, y al entrar, mi vista recorrió cada rincón. Todo estaba pulcramente organizado, como si nadie hubiese dormido allí en semanas, como si el tiempo mismo se hubiese detenido para mantener el orden. Mi mirada se posó en mi bolso, descansando sobre la mesita de noche, y sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Me acerqué a tomarlo, y en ese instante, la puerta detrás de mí se abrió. No necesitaba girarme para saber quién era. Su presencia tenía un peso propio; podía cambiar la atmósfera de la habitación con un simple paso, y nadie más entraría allí sin permiso, sin siquiera tocar la puerta. Pude sentir sus ojos clavados en mi espalda, intentando descifrar cada pensamiento que pasaba por mi cabeza.
Tomé la copia de los documentos que me había dado y la guardé en mi bolso. Con un suspiro que intentaba disim