102. Podemos hablar
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El sol de media tarde caía oblicuo sobre el pasillo del hospital, tiñendo de ámbar las paredes blancas. Era la primera vez que Elías Ravencroft pisaba ese lugar de día. Sin trajes oscuros ni sombras protectoras. Solo él, con el rostro algo demacrado y la mirada baja, como un cachorro herido. En las manos llevaba un pequeño ramo de flores silvestres. Nada ostentoso. Solo... sincero.
Se detuvo frente a la puerta de la habitación de Alexandra y respiró hondo antes de asomarse.
—¿Podemos hablar? —preguntó, en un susurro, sin levantar del todo la vista.
Alexandra levantó los ojos de la revista que fingía leer. Su expresión se endureció, la máscara se colocó de inmediato.
—¿De qué quiere hablar conmigo el doctor Ravencroft? —preguntó con voz fría, firme. No había dulzura, ni reproche. Solo distancia.
Y justo entonces, la puerta se abrió un poco más. Joe, el enfermero que llevaba días cuidándola con esmero, apareció en la escena. Llevaba en las manos una bandeja con agua y medicamentos,