110. Recuperación
110.
Tres días después del incendio, la habitación del hospital huele a desinfectante y calma fingida. Nate permanece recostado en la cama, rodeado de aparatos que controlan cada signo vital. Sus párpados se mueven apenas, pesados, hasta que logra abrirlos despacio. La luz blanca del techo lo ciega un poco, parpadea varias veces, desorientado. Siente dolor en el hombro, la espalda y el cuello, pero lo ignora.
Lo primero que brota de sus labios, roncos por la intubación previa, no es una queja, sino una pregunta.
—¿Dónde… dónde está mi esposa? ¿Dónde está mi hijo?
Su voz suena débil pero firme, cargada de urgencia. La enfermera que está junto a él, revisando vendajes, se sorprende al verlo consciente.
—Señor, por favor, no se esfuerce —dice mientras acomoda las gasas sobre las heridas aún frescas de su espalda y cuello.
Nate vuelve a insistir, más fuerte esta vez.
—Mi esposa… y mi hijo. Quiero verlos.
La enfermera titubea, pero justo en ese momento la puerta se abre. Jazmín entra con u