108. Fuego y dolor
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Jazmín estaba en calma, esperando el momento justo.
Connie contaba el dinero con una sonrisa arrogante, confiada, sin notar que Jazmín no estaba atada del todo. Las esposas, puestas al frente, le daban una falsa sensación de control.
De repente, Jazmín se acercó a Leo y, en un susurro cargado de urgencia, le dijo:
—Leo, cuando te diga que corras, lo haces. ¿Entiendes?
El niño asintió, con los ojos grandes de miedo y dolor.
Connie, distraída, seguía contando billetes, sin percibir el peligro que se acercaba.
De un impulso feroz, Jazmín se levantó con rapidez, golpeando con fuerza a Connie mientras gritaba:
—¡Corre, Leo! ¡corre!
El pequeño no dudó ni un segundo. A pesar del malestar que lo oprimía en el estómago, saltó del lugar y echó a correr por el camino de tierra.
Su corazón latía con fuerza mientras dejaba atrás a su madre, decidido a buscar ayuda.
—¡Mocoso del infierno, vuelve aquí! —gritó Connie con furia, levantándose tambaleante—. ¡No te vas a escapar!
Pero Leo no se detuv