El viento frío golpeaba mi rostro mientras avanzábamos entre la bruma de la madrugada. A medida que nos acercábamos a la parte baja del territorio, el sonido del agua desbordada y los llantos desgarrados de mi gente comenzaron a llenar el aire.Cuando finalmente llegamos, la escena frente a mis ojos me hizo apretar los puños con impotencia. El río, normalmente sereno y apacible, se había transformado en una bestia furiosa, devorando todo a su paso. Las pequeñas casas de los omegas, humildes pero llenas de vida, ahora no eran más que escombros arrastrados por el lodo. Sus pocas pertenencias flotaban sin rumbo, y el terreno, antes fértil y ordenado, era ahora un lodazal irreconocible.Hombres, mujeres y niños temblaban bajo la lluvia persistente, cubiertos de barro, abrazando los restos de lo que alguna vez fue su hogar. Sus rostros reflejaban dolor, desesperanza… y aún así, cuando me vieron llegar, sus miradas se encendieron de inmediato. No importaba cuán grave fuera la tragedia, para
Finalmente, tras horas de trabajo incansable, llegamos al castillo.El cansancio pesaba en mis músculos, pero el deber no me permitía flaquear.Al entrar, la calidez que emanaba del interior fue como un bálsamo para todos. El olor a pan recién horneado, el crujir de las mantas limpias, el murmullo de voces organizando todo… supe en ese instante que Dorian había cumplido su parte a la perfección.Y entonces la vi.En medio de todo aquel movimiento, Madeleine se movía con una gracia natural que me dejó sin aliento.Estaba organizando a los niños, envolviéndolos en mantas, acomodando a los ancianos en lugares cómodos, asegurándose de que todos tuvieran algo caliente entre las manos.Su cabello, ligeramente húmedo por la bruma que se filtraba, caía en ondas desordenadas sobre su espalda.Su rostro, aunque cansado, brillaba con una luz que no tenía nada que ver con la lámpara encendida a su lado.Ella no se percató de mi llegada de inmediato.Estaba concentrada en consolar a una madre que
La atmósfera en la sala del Consejo era densa, asfixiante.El aire parecía cargado de juicio y desconfianza mientras los ancianos, en sus asientos de madera tallada, observaban al alfa con una mezcla de desaprobación y cansancio. Los nobles murmuraban entre ellos, rostros serios, como si esperaran que en cualquier momento todo se viniera abajo.—No podemos permitir que una Luna inestable represente a esta manada —dijo uno de los ancianos, con voz grave y autoritaria—. Una mujer que se derrumba a la menor provocación no es digna de ese puesto.—¡Están exagerando! —respondió Dante, visiblemente irritado—. Freya tuvo una reacción desafortunada, sí, pero fue provocada. La situación fue anómala.—Y sin embargo, la seguridad del evento fue responsabilidad tuya —añadió otro anciano—. ¿Cómo es posible que alguien se haya infiltrado y manipulado los archivos de video sin que nadie lo notara?—Es una falla en el sistema —contestó Dante, cruzado de brazos, la mandíbula tensa—. Ya estamos investi
Tras el repentino anuncio del supuesto embarazo de Freya, al Consejo no le quedó más opción que ceder. La presión fue demasiado: un heredero significaba estabilidad, linaje asegurado, continuidad en el poder. Ninguno de los ancianos quiso cargar con la responsabilidad de deslegitimar al futuro alfa aún no nacido. Así que, contra sus deseos y principios, autorizaron la ceremonia de unión entre Dante y Freya.Un movimiento desesperado… y efectivo.Freya salió del salón con la cabeza en alto, envuelta en una falsa humildad que no engañaba a nadie. Dante la seguía, envuelto en una mezcla de euforia y alivio. Había recuperado el control. O al menos eso creía.Apenas cruzaron las puertas del salón, el tono cambió. Dante, fiel a su temperamento, no tardó en encarar a su prometida.—¿Qué pretendes, Freya? ¿Vas a seguir manipulándome con tus escenitas? —gruñó, sujetándola del brazo.—¿Vas a seguir golpeando a la madre de tu futuro heredero? —replicó ella con una voz cargada de veneno, apenas c
Sus labios se fundieron con los míos, desatando por dentro un huracán de pasión que era muy difícil poder contener. Sus manos se deslizaban con avidez por mi cuerpo, delineando cada una de mis curvas como si quisiera memorizarlas, como si me hubiese estado esperando toda una vida. Sentía su respiración entrecortada contra mi piel, y el calor de su cuerpo quemaba el mío con una dulzura feroz que me hacía temblar.—Enzo —dije con la voz apenas audible, temblando entre sus brazos.Él detuvo sus caricias por un segundo, sus ojos encendidos buscándome con urgencia.—Si quieres que me detenga, ahora es el momento de decírmelo —susurró con ternura, aunque su voz tenía un leve filo de deseo apenas contenido—. Porque si no lo haces, no voy a poder controlarme.Y entonces, el tiempo se detuvo.No sabía qué hacer. Parte de mí anhelaba seguir adelante, dejarme llevar por esa locura deliciosa que Enzo despertaba en mí. Pero otra parte, más profunda, más arraigada, me pedía que esperara. Faltaba ta
Esa mañana me preparé para uno de los acontecimientos más importantes y trascendentales para mi vida. Había llegado el momento de reunirme con el Consejo de ancianos y revelarles mis intenciones de convertir a Madeleine en mi Luna. Sabía el revuelo que todo aquello causaría, pues, aun cuando el consejo insistía fervientemente en que encontrara una esposa, la idea de que lo hiciera con una mujer con el mismo rostro de mi antigua compañera no iba a parecerles para nada.Nos habíamos encargado de que cada integrante de la manada me guardara el secreto sobre a quién pertenecía el rostro que Madeleine tenía, pero ahora era momento de enfrentar al Consejo y contarles cómo se habían desarrollado los acontecimientos desde que la rescaté del incendio. Su rostro había quedado completamente destruido, y fui yo quien ordenó que se le reconstruyera… no con un rostro cualquiera, sino con el de Isabella, mi antigua compañera. Lo hice movido por la obsesión, por el deseo de recuperar a la mujer que h
Cuando salimos de la sala del Consejo, mi corazón todavía seguía latiendo con desesperación. No podía creer lo que había hecho. Llegué a una de sus reuniones sin avisar, y lo peor era que me habían presentado como su Luna. Ese debía ser un acto solemne, especial, inolvidable… y por mis impulsos y mi evidente curiosidad, se había convertido en algo improvisado, casi ridículo. Me sentía torpe, culpable, y esperaba no haber avergonzado a Enzo. Él, por supuesto, se dio cuenta de inmediato.—¿Qué sucede, pequeña? ¿Por qué esa carita tan triste?Lo miré con los ojos llenos de pesar.—Lo eché todo a perder, mi alfa… discúlpame. No debí seguirte.Me dedicó una sonrisa cálida, tranquilizadora. Su mirada tenía esa ternura que me desarmaba.—En efecto, señorita… no debiste seguirme —dijo con un tono travieso—, pero ya está hecho. Y como te diste cuenta, todos te recibieron de la mejor manera. Así que ya cambia esa carita… y mejor dame un beso.—Ay, Enzo… ya me imagino lo que deben estar pensando
Madeline.Hoy sería el día más importante de mi vida.El día en que mi destino cambiaría para siempre.Frente al espejo, observé mi reflejo con el corazón latiéndome en el pecho. No podía creer que esa joven que me devolvía la mirada fuera yo.Mi piel parecía más luminosa que nunca, como si el brillo en mis ojos iluminara cada rincón de la habitación. El vestido blanco se ceñía perfectamente a mi figura, con finos bordados que parecían entrelazarse como raíces de plata sobre la tela. Mi cabello caía en una trenza suelta, adornada con pequeñas flores que relucían como estrellas.Era como si en ese momento todo lo malo hubiera quedado atrás. Los miedos, las dudas… nada importaba.Hoy me casaría con Dante.Sentí un nudo en la garganta al pensar en él. El alfa de nuestra manada… fuerte, imponente y protector. Desde que éramos niños había sentido algo especial por él, y aunque nuestras vidas nos habían llevado por caminos distintos, el destino terminó por unirnos.Por fin sería su compañer