Cuando regresé al castillo, uno de los guardias se acercó rápidamente.
—Mi lord… Madeleine ha salido.
Supe en ese instante que algo no andaba bien. Un mal presentimiento me golpeó en el pecho.
—¿Adónde demonios habrá ido esta vez? —gruñí en voz alta, sin poder controlar el enojo y la preocupación que me hervían por dentro.
No perdí tiempo. Me interné en el bosque, ignorando la lluvia torrencial que no daba tregua.
Esa mujer me estaba volviendo loco.
Era tan obstinada…
Tan salvajemente libre.
En eso era completamente diferente a Isabella, quien siempre fue dócil, obediente, dispuesta a seguir cada indicación sin chistar.
Madeleine, en cambio, era un huracán imposible de controlar.
Y esa diferencia maldita era la que me estaba destruyendo por dentro, la que alimentaba la confusión que ya no podía acallar.
¿A quién amaba realmente?
¿A la mujer que había perdido?
¿O a esta nueva versión de ella, idéntica por fuera, pero tan distinta en esencia?
No quería pensar en eso ahora.
Solo quería e