Freya contraataca

Freya cayó al suelo, y un grito lleno de dolor e impotencia resonó en todo el castillo. Pero ni siquiera eso fue suficiente para que Dante se detuviera o se girara a mirarla. Por el contrario, siguió avanzando con paso firme, hasta perderse entre los pasillos del palacio, sin importarle nada más que llegar hasta donde se encontraba Lucrecia.

Esa mujer se había convertido en su obsesión. No podía dejar de pensar en ella. La llevaba en la sangre, en la piel, tatuada en su mente como si se tratara de un hechizo imposible de romper.

Llegó a la mansión que había comprado exclusivamente para ella. No necesitó que la dama de compañía lo anunciara. Subió directamente hasta la habitación que compartían, empujando la puerta con decisión.

—Pareces la encarnación de la diosa Luna, Lucrecia —dijo Dante, desabrochándose la camisa con manos impacientes—. Con ese cuerpo y ese rostro… cualquier licántropo mataría por ti.

Ella estaba sentada frente al espejo, cepillándose el cabello. Se giró lentamente
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