La junta de accionistas estaba en pleno apogeo cuando Emilia entró en la sala de juntas. Su presencia silenció de inmediato la sala. Las cabezas se giraron, los murmullos recorrieron como una corriente entre los asistentes, y todas las miradas se posaron en la mujer que, de alguna manera, había entrado en el lugar que una vez fue dominio de Leonardo. Caminaba con determinación, con los tacones resonando contra el suelo pulido, y se detuvo frente a la larga mesa de conferencias. Su mirada se fijó en Leonardo, quien se sentó rígidamente a la cabecera, intentando mantener la compostura, pero fracasando estrepitosamente.
"Quiero que te vayas de mi empresa", dijo Emilia con voz fría, firme, y con el peso de una autoridad que no dejaba lugar a negociación. "Recoge tus cosas. Ya no eres bienvenido aquí".
La sala permaneció en silencio un largo instante. Leonardo apretó la mandíbula, con un destello de incredulidad en sus ojos. "Esto no es lo que acordamos, Elena", balbuceó, intentando recupe