Valeria llevaba semanas esperando este momento: un momento en el que Emilia no estuviera pegada a Mateo como su sombra, un momento en el que Mateo bajara la guardia lo suficiente como para que ella se colara.
Esta noche…
sentía que el destino le estaba dando una última oportunidad.
Y no iba a desperdiciarla.
Mateo se había pasado el día entero ahogado en papeleo, llamadas de negocios y mensajes estresantes de la junta. Al anochecer, se frotaba las sienes, exhausto. Emilia lo rodeaba, recordándole que descansara, comiera, respirara.
Valeria observaba desde un rincón de la habitación, sonriendo inocentemente…
mientras el odio se le hervía como veneno bajo las costillas.
Cuando Emilia por fin se disculpó para ir a preparar algo a la cocina, Valeria hizo su jugada.
Entró en el estudio de Mateo con dos copas de vino: una normal y la otra con un sedante muy suave.
No lo suficientemente fuerte como para dejarlo inconsciente...
solo lo suficiente para marearlo, hacerlo lento, flexible.
Sufici