El día siguiente amaneció gris, el cielo una losa de plomo que aplastaba la ciudad y prometía una lluvia que no limpiaría nada, solo ahogaría. La atmósfera dentro de la mansión Davenport era opresiva, cargada de una electricidad estática que ponía los nervios de punta, como si las paredes mismas estuvieran conteniendo la respiración antes de un grito.
Thomas se había marchado temprano. Había mencionado una reunión de emergencia con los accionistas asiáticos, un asunto de "vida o muerte" para la fusión que supuestamente no podía esperar.
—Volveré para la cena —le había dicho, besando su frente con esa frialdad propietaria que a Chloe le helaba la sangre—. Aprovecha para descansar. Te ves pálida.
Chloe sabía que era una mentira. O al menos, una verdad a medias. Thomas nunca dejaba su castillo desprotegido a menos que estuviera preparando una trampa mayor o confiara plenamente en sus muros. Su ausencia, sin embargo, le daba un respiro. Unos momentos para dejar de fingir que el aire no le