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Un jadeo abrupto quebró la quietud de la noche cuando Mathilde despertó repentinamente. Su respiración era irregular mientras intentaba recuperar el aliento, el sudor perlaba su piel.

«Tan solo fue una pesadilla», pensó. Se llevó la mano al pecho, sintiendo su corazón golpear con fuerza. «Pero se sintió demasiado real».

Encendió la lámpara junto a su cama. Todo rastro de cansancio se desvaneció como arena entre los dedos. Observó a su alrededor, una mezcla de confusión e incredulidad creciendo en su interior.

«Esto no puede ser real», pensó mientras abandonaba la cama.

Mathilde se encontraba en el pequeño departamento que había podido rentar tras todo lo ocurrido, después de que la justicia le quitara a su familia todos sus bienes.

«Aún debo estar soñando» intentó convencerse a sí misma, escéptica.

Se apresuró a encender el televisor, encontrándose con la noticia del cambio de nombre de las empresas Lancaster al apellido del nuevo CEO: Thomas Davenport.

Aquello había ocurrido meses después del fallecimiento de su madre, cuando Mathilde apenas comenzaba a recuperarse y decidió continuar con su proyecto.

Eso había sido hace dos años.

La joven revisó la fecha en su computadora y la certera coincidencia hizo que su boca se abriera con incredulidad.

Sus piernas retrocedieron como si buscaran rendirse ante su propio peso. Permaneció inmóvil, intentando procesar lo que estaba ocurriendo. Estaba segura de haber vivido esos dos años antes de la noche de la azotea.

¿Acaso Mathilde había retrocedido dos años en el tiempo? ¿Nada de todo lo vivido anteriormente había sucedido aún?

La cabeza comenzó a dolerle ante tanta información y decidió tomar un calmante. Necesitaba concentrarse, así que terminó por meterse bajo la ducha unos extensos minutos.

Con el cabello húmedo y envuelta en una bata, comenzó a revisar todos los papeles y archivos en su departamento.

En su portátil aún estaban los correos que había recibido de los socios de su padre. Les había hablado sobre su proyecto y, en su momento, se mostraron interesados. Poco después, todo cambió tras el escándalo.

Para el amanecer, se encontraba tomando aire en su balcón, sintiéndose menos abrumada.

En ese instante, finalmente aceptó la realidad.

Recordó la promesa que había hecho antes de morir y pensó que tal vez se trataba de una fuerza superior dándole la oportunidad de hacer las cosas de manera diferente para obtener la justicia que tanto anhelaba.

Regresó a su departamento, las noticias de la mañana mostraban a Thomas siendo recibido por reporteros en el edificio que antes pertenecía a la familia Lancaster.

Mathilde se sintió envenenada por la rabia y el rencor.

—Te destruiré, Thomas Davenport —pronunció con la firmeza de un juramento, proclamando así el comienzo del fin para el hombre que había arruinado a su familia y les había arrebatado todo.

Mathilde estaba en el balcón de un hotel en el centro de Londres. La ciudad se desplegaba ante sus ojos. Nada había cambiado, excepto ella.

No quedaban rastros de la joven plena y llena de sueños del pasado. De sus cenizas surgió alguien más peligrosa y calculadora. Ya no era la muchacha débil y fácil de acorralar de antes, sino una mujer fuerte y decidida.

Y que estaba dispuesta a todo por destruir al hombre que había arruinado su vida.

Regresó a la habitación. Había vuelto a Londres esa misma noche. Su maleta seguía sobre la cama, y documentos importantes estaban esparcidos sobre la mesa.

Se sentó en el sofá y subió el volumen a la televisión.

Bebió un sorbo de vino mientras escuchaba a la presentadora hablar del motivo de su regreso.

Thomas Davenport.

Tras haberse prometido destruirlo, lo primero que tuvo por seguro fué que, si quería enfrentarlo, debía ser más inteligente e implacable. Tenía que desaparecer y reconstruirse con sus propias piezas rotas, para luego regresar a Londres y convertirlo en su tablero de venganza.

Mathilde debía conocer bien a su enemigo. Sabía que Thomas Davenport podía tener un lado ambicioso, cruel e implacable, pero también era humano.

Y los humanos tienen puntos débiles.

Thomas Davenport era la clase de hombre arrogante que disfrutaba alimentar su ego mostrándose acompañado por mujeres jóvenes, bellas y llamativas.

La determinación de Mathilde por vengarse era firme. Decidió usar la seducción como su arma. De esa manera conseguiría acercarse a Thomas sin levantar sospechas. El lugar más peligroso sería el más seguro. Allí podría investigar la verdad desde adentro, para finalmente derribarlo.

No solo cambió su mentalidad, sino también su apariencia.

Cambió el color de su cabello chocolate a un rubio dorado, aprendió a maquillarse para resaltar sus facciones, cosa que nunca antes había hecho. Optó por llevar sus labios de tonos intensos y seductores. Además de conseguirse un nuevo guardarropas y tacones que antes nunca hubiera utilizado.

Incluso había conseguido que un hombre que se movía en el bajo mundo le ayudara a construir su nueva identidad.

Tenía todo listo, lo había repasado todo el último año, era lo único en lo que había estado pensando y no había detalle que se le escapara.

En las noticias hablaban sobre el evento que se llevaría a cabo en unas horas, donde Thomas presentaría a su hijo perdido, el futuro heredero de todos sus bienes.

«Mi herencia» pensó Mathilde, terminandose el vino de su copa.

Su venganza sería lenta, tan nociva como seductora. Una trampa perfecta. Lo arruinaría desde dentro, sin que él supiera de dónde vino el golpe.

Dejó la copa sobre la mesa y caminó hacia la cama, dejó caer la bata hacia sus pies y tomó el vestido que había comprado especialmente para esa ocasión.

Tenía un evento importante al que asistir.

(***)

La entrada del suntuoso lugar donde se celebraría el exclusivo evento estaba repleta de fotógrafos y reporteros, ansiosos por captar imágenes y declaraciones de los asistentes.

Los guardias de seguridad se encargaban de mantenerlos a distancia. No era para menos, pues llegaban personas con apellidos importantes y poderosos.

Mathilde llegó como una desconocida, pero su aspecto deslumbrante rápidamente acaparó toda la atención. Los flashes la siguieron mientras avanzaba hacia la entrada principal.

—Buenas noches, señorita —habló educadamente la mujer que recibía a los invitados—. ¿Nombre y apellido?

—Chloe Bennet —respondió ella con naturalidad. La mujer lo buscó en la lista en su ipad.

—Aquí está —le indicó que se adelantara—. Disfrute de la noche, señorita Bennet.

—Lo haré —respondió ella, sus labios carmesí curvándose en una pequeña sonrisa, ocultando sus verdaderas intenciones.

Chloe Bennet era el nombre de su nueva identidad. Se trataba de una joven cantante que solo se presentaba en eventos exclusivos. Había conseguido asistir esa noche como parte del entretenimiento.

Tenía el talento y decidió aprovecharlo, dedicándose a eso parte del último año, forjando también un historial para quienes quisieran investigarla.

Avanzó hacia el interior con el mentón en alto y pasos firmes, sintiendo algunas miradas siguiéndola con interés. Poco le importó, ella tenía un único objetivo en mente.

Se movió por la habitación buscando a aquél hombre hasta que, sin querer, chocó contra un pecho fornido. El hombre la tomó de la cintura, impidiendo que cayera.

—Oh, lo siento tan… —su voz se desvaneció así como sus pensamientos.

El hombre frente a ella le robó el aliento. Era joven y atractivo, con su figura esbelta envuelta en un traje a medida, realzando su elegancia. Su cabello azabache se encontraba pulcramente arreglado y contrastaba con el azul oscuro de su mirada. Había en él una seguridad tranquila, casi magnética, que hacía imposible no volverse a mirarlo.

—Una mujer tan deslumbrante no debería disculparse por nada —pronunció él con una calma seductora.

Por un momento, Chloe se vió hipnotizada por el desconocido, pero rápidamente regresó en sí al recordar su propósito esa noche.

Aclaró su garganta.

—Debo irme —se separó lentamente de él—. Ten buena noche.

La mirada del hombre la siguió mientras se alejaba, deslizándose por las curvas de aquella mujer, cautivado por su presencia tan elegante como sensual, preguntándose quién era.

A tan solo unos pasos, el organizador del evento la interceptó para avisarle que su presentación comenzaría pronto.

Aún a la distancia podía sentir la mirada de aquél hombre sobre ella, el aroma a su fragancia masculina pareció haberse impregnado a su alrededor.

Un impulso en su interior la llevó a volverse hacia él, encontrándose con aquellos iris azules a la distancia.

Por algún motivo, tuvo la sensación de que su rostro le resultaba familiar, aunque no podía recordar dónde lo había visto. Pensó en ello solo por un momento antes de continuar su camino.

Esa noche debía captar la atención de Thomas Davenport a como diera lugar.

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