El beso la había tomado por sorpresa, tan salvaje y desesperado que por un segundo el mundo entero dejó de existir. El sabor de alcohol en su boca la hizo reaccionar. Chloe puso las manos contra el pecho de Brendan y lo apartó con un poco de fuerza, jadeando.
—Basta —dijo con la voz baja, apenas un susurro. Sus ojos, oscuros de advertencia, buscaron los de él—. No puedes estar aquí.
Brendan permanecía cerca, el calor de su cuerpo invadiendo cada centímetro de espacio entre ellos, y aún así había algo más que el simple deseo en su mirada. Era una mezcla de rabia contenida, fascinación y embriaguez, un cóctel que lo hacía impredecible, peligroso, irresistible.
—No me digas que no me quieres aquí —gruñó, avanzando un paso—. Porque esta noche no pienso creerte.
—Brendan, por favor —insistió ella, con un tono más desesperado que autoritario. Miró hacia la puerta como si esperara que en cualquier momento alguien entrara—. Si alguien nos escucha, si Thomas se entera…
—Que se entere —la