38. Mentiras sutiles
Las sirvientas murmuraban con miedo desde el primer piso por los estruendosos golpes que venían de arriba. Elian otra vez estaba destrozando su despacho, y esta vez tenía más motivos: un nuevo artículo acababa de exponer todas sus fechorías.
—¡Maldita seas, Medea! —rugió, estrellando una silla contra el suelo.
Respiraba como un toro furioso, con las fosas nasales dilatadas y la frente empapada de sudor. Los teléfonos no dejaban de sonar, los correos y mensajes llegaban sin parar desde todos lados. Estaba al borde de perder la cabeza, y todo por culpa de esa maldita rueda de prensa que lo había dejado en evidencia frente a todo el mundo.
Para colmo, su exesposa le había mandado una copia del acta de divorcio firmada por ambos. Como si no fuera suficiente todo lo que estaba pasando, ahora también eso, como una forma más de torturarlo... y vaya que lo estaba logrando. No tenía idea de qué hacer. Afuera de la mansión, una multitud de periodistas lo esperaba tras el escándalo que acababa d