18. Amante dolida
Por la mañana, los primeros rayos de sol se filtraron por la ventana. Medea entreabrió los ojos, pero los cerró de inmediato; la luz le ardía y le molestaba al intentar enfocar la vista.
Sintió un peso a su lado: era su marido, que aún dormía en la cama con ella, abrazándola desde atrás como solían hacerlo en los viejos tiempos. Había cumplido su promesa de quedarse con ella y cuidarla durante la noche. Para su fortuna, Elian no intentó nada; solo la abrazó y durmieron juntos como hacía mucho no lo hacían.
Parecía que su plan estaba funcionando mejor de lo esperado. Incluso le sorprendía lo rápido que avanzaban las cosas. Elian era más manejable de lo que había imaginado.
Con cuidado, intentó zafarse de sus brazos, pero él la estrechó aún más, despertando en ese momento.
—¿Tan temprano despiertas? —le dijo con voz ronca y cariñosa—. Quedémonos así un rato más. Aún es temprano.
—Es que… dijiste que Saphira traería a Alin temprano, ¿no? Tal vez ya estén aquí —murmuró, esforzándose por n