14. Veneno

Los días transcurrían con lentitud mientras Medea se reponía poco a poco. No abandonaba su habitación; prácticamente permanecía recluida, aunque no ajena a lo que sucedía a su alrededor. Tenía aliados desplegados por todos los rincones de la casa, y estaba al tanto de cada movimiento de su esposo y de Saphira, quien no había vuelto a hacer berrinches desde la última vez que ella le marcó los límites.

—¿Él ya se marchó? —inquirió a la joven sirvienta que le traía la medicina—. ¿Y Saphira?

—El señor acaba de salir hacia la empresa, y la señorita llevó a la niña a la escuela —le comunicó—. Anoche volvieron a encerrarse muy tarde, ya de madrugada, mientras usted dormía.

Medea curvó los labios en una sonrisa tenue. El dolor había dejado su corazón, seco y helado, y ahora la situación le resultaba, más que dolorosa, absurda y hasta entretenida.

—No conocen la vergüenza —musitó al tragar la cápsula.

—Y la señorita Alin sigue con su rebeldía —agregó la muchacha—. Apenas come y ha atacado a al
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