Alicia temblaba, su cuerpo entero vibraba con un miedo mezclado con ira, mientras los ojos de Felicia la escrutaban como si pudieran perforar su alma.
Odio, desconfianza y temor se entrelazaban en la mirada de la mujer mayor; sabía que, si Paula hablaba siquiera una palabra equivocada, toda su posición se vendría abajo.
Su mundo, construido con mentiras y manipulaciones, podría colapsar de un momento a otro.
Debía asegurarse de que nadie creyera a Paula.
La tensión en la habitación era casi palpable, un aire cargado de electricidad que hacía que cada respiración sonara exagerada.
—¡Paula! —la voz de Felicia surgió como un látigo—. ¿Cómo te atreves a venir aquí cuando sabes que tu propio padre te aborrece?
Paula no retrocedió.
Sus ojos, cargados de rabia y determinación, se clavaron en la mujer que la miraba con superioridad.
Hubo un instante de silencio en el que la habitación pareció detenerse.
Luego, como si un interruptor se hubiera encendido en su interior, Paula dibujó una sonri