Paula salió del salón con pasos firmes, aunque su corazón latía con fuerza dentro del pecho.

Cada respiración era un esfuerzo, y la adrenalina recorría su cuerpo como electricidad.

Había logrado mantener la compostura frente a su padre, frente a Felicia y Javier, pero el pasillo silencioso parecía infinito, y cada eco de sus propios pasos la hacía dudar por un instante.

Fue entonces cuando una voz resonó detrás de ella, deteniéndola en seco.

—¡Paula! —exclamó Javier, con un tono que mezclaba rabia, incredulidad y una desesperación apenas contenida.

Paula sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Se detuvo, giró lentamente y se encontró con la mirada intensa de aquel hombre.

Su corazón se encogió; Javier no era solo el hombre que había amado, o más bien, que alguna vez creyó amar.

Era el padre de sus hijas, y él ni siquiera sabían que existían, un pensamiento que la llenó de una mezcla de miedo y resentimiento.

—¿Qué quieres? —preguntó, su voz firme, tratando de ocultar el temblor qu