Eloísa no podía negar que, aunque se sintiera incómoda con la situación, era la oportunidad perfecta que estaba buscando para tener tiempo a solas con el profesor y sacarse de la cabeza todas esas dudas que le revoloteaban en la cabeza, así que abrió la puerta de la casa despacio esperando no encontrarse con su padre y rogando porque Ezequiel tampoco anduviera por ahí, entró seguida de Gael que lanzó un silbido apenas vio la sala principal.
—Qué mansión —dijo y Eloísa ladeó la cabeza.
—El abuelo no era precisamente modesto —dijo y tomó de la mano al hombre para guiarlo rápido y que no se entretuviera con las cosas de la casa, pero le fue en vano, Gael se detenía cada dos por tres para admirar algún cuadro o alguna piedra extraña que hubiera de colección en las interminables estanterías.
—¿Eso es un cuchillo persa? —preguntó y Eloísa se encogió de hombros.
—De niños Ezequiel me decía que era el cuchillo con el que Jesucristo peleaba contra los romanos, y nunca quise averiguar al respec