La carnicería.
Ezequiel sintió que le palpitaba con tanta fuerza el corazón que no escuchó nada más que sus fuertes latidos mientras el hombre que tenía una feroz expresión avanzaba hacia ellos. Saúl, su padre, aferró la espada con fuerza y cuando el hombre estuvo a un metro y extendió el aparato eléctrico que produjo un ruido aterrador, Saúl lanzó un tajo con la espada que le amputó dos dedos de la mano que rodaron por el piso alfombrado. El hombre cayó de rodillas al suelo gritando y Ezequiel tomó el bastón eléctrico que rodó cerca de él.
El resto de los hombres se miraron, Saúl con la espada se veía amenazante y los gritos de su compañero en el suelo no ayudaban. Ezequiel volteó a mirar a su madre encogida detrás de él y le gritó:
—¡Corre! —la mujer se escabulló por la puerta del pequeño museo y todos los hombres se abalanzaron sobre ellos.
Saúl manejaba con estudiada habilidad la espada, según Ezequiel recordaba, había practicado esgrima de joven, y acertaba dos de cada tres zarpa