Lucía ayudaba a Eloísa a caminar por los corredores amplios y frescos de la casa, la pierna le dolía como el demonio con cada paso que daba y la muchacha delgadita le estaba sirviendo de apoyo.
Eloísa, por primera vez desde que se había despertado en ese extraño lugar se permitió pensar en Gael, en como la había usado para alcanzar sus objetivos y eso le produjo un nudo en el pecho. Apenas estaba comenzando a entender lo que sentí por el hombre y todo se había desbaratado antes sus pies, se le había caído la máscara y ella se sintió usada.
Cuando llegaron al final de uno de los pasillos, junto a la puerta había un anciano gordito, con los ojos tremendamente azules y el cabello blanco como un manto de nieve. En cuanto las vio, caminó hacia ellas y tomó el rostro de Eloísa con las cálidas manos para contemplarla detenidamente.
—Si —dijo más bien para sí mismo y Eloísa se quedó paralizada —eres tal como te imaginé — se volteó de lado después de soltarla y le señaló el hombro para que ell