Eloísa ha desafiado constantemente las estrictas reglas de sus padres, pero justo cuando decide encaminar su vida y culminar su último año escolar con éxito, aparece Harrison, el joven y enigmático profesor nuevo. Desde el primer momento, Harrison parece obsesionado con ella, complicándole la vida a cada paso. Sin embargo, él no es un maestro común: es un historiador encubierto, en una búsqueda implacable por un objeto perdido en la historia, dispuesto a derribar cualquier obstáculo para alcanzarlo. Por su parte, Eloísa, con su espíritu rebelde y valiente, desconoce que posee la clave para resolver el misterio que él persigue. Aunque el destino los ha unido, el amor entre ellos es un camino prohibido. Pero, ¿podrán resistir cuando la tentación los empuje al borde del abismo?
Ler maisEloísa contempló el cielo nublado, al horizonte, las nubes se acumulaban como montañas de nieve y parecía que la tormenta no hacía más que comenzar, pero a pesar de eso, el hombre que la seguía no se daba por vencido.
Eloísa pensó que era un acosador, uno de tantos, pero no, había algo diferente en él, parecía más profesional, pero ella no era una estúpida, sabía perfecte que la estaba siguiendo. Se preguntó si era algún trabajador de su padre que había sido enviado para protegerla, pero no importaba, en un par de minutos logró perderlo a pesar de su uniforme de colegio y cuando entró por las instalaciones algo dentro de ella le decía que no era una buena señal, lo sintió en los huesos, pero ignoró el sentimiento, nunca había sido una mujer muy creyente.****
El agua caía del cielo con una intensidad descomunal, como si el firmamento se desmoronara en fragmentos helados. Las piedras de hielo impactaban contra los techos de arcilla con tal violencia que quienes buscaban refugio bajo ellos temían que las estructuras cedieran ante la furia del temporal. Los pequeños ríos que se formaban en las calles arrastraban consigo a quienes osaban desafiar su corriente descontrolada, mientras los destellos luminosos de las descargas eléctricas iluminaban las ventanas, haciendo temblar los cristales con cada estruendo que resonaba y sacudía el suelo de la urbe. Sin embargo, en el reducido espacio de la oficina, apenas se percibía algún ruido que no fuera el incesante golpeteo del granizo en el exterior. El individuo fijó su mirada en el hombre menudo que examinaba los documentos detrás del escritorio. Era de baja estatura, con una figura redondeada, y su calva relucía cada vez que un destello iluminaba la reducida estancia. Tras los anteojos de montura circular, unos ojos oscuros y penetrantes recorrían con minuciosidad los papeles que sostenía entre sus manos. Mientras aguardaba con atención la respuesta del director de la institución, su mirada recorrió el espacio de la oficina. Las paredes grises y la iluminación tenue, proveniente de una lámpara de luz blanca, conferían al lugar un aire lúgubre y casi enfermizo. Cada objeto parecía estar colocado con una precisión milimétrica: los papeles, los lápices e incluso los cuadros en las paredes estaban dispuestos con una simetría impecable. Reflexionó que esa meticulosidad excesiva del director no hacía más que delatar los desórdenes internos que probablemente habitaban en su vida, aunque esperaba no tener que usar esa observación en su contra. —Bueno —comenzó el hombre con una voz aguda, dejando los papeles sobre la mesa—, su currículum es impresionante. Sus estudios, las maestrías y la experiencia laboral que posee son admirables para alguien de su edad —movió sus manos gruesas en el aire y se ajustó los lentes sobre la nariz—. Pero me pregunto, alguien con sus conocimientos podría estar enseñando en una de las universidades más prestigiosas del país. ¿Qué lo llevó a fijarse en nuestro modesto colegio? —el hombre sentado frente al escritorio cruzó una pierna sobre la otra y miró al director con agudeza. —Verá —le dijo, su voz era firme y grave —He reunido mucho conocimiento a lo largo de mi carrera y las expediciones que he hecho fuera de este continente, quisiera poder enseñar a las nuevas generaciones lo interesante que puede ser la historia y lo mucho que nos ayudará a entender el mundo en que vivimos hoy en día —el director pareció complacido con la respuesta, lo pudo ver en la pequeña sonrisa que se dibujó en la comisura de sus labios, pero lo notaba aún tenso y poco convencido — no cobraré más que ningún otro profesor de este instituto, es mi vocación —el director dejó escapar lentamente el aliento. — Me queda muy claro las capacidades que usted tiene, pero me temo que la plaza ya está ocupada por otro profesor —él le sonrió ampliamente. —Confío en que usted encontrará la forma — le dijo y el hombre lo miró por encima de los lentes. —Lo siento, señor Harrison, pero parece que no me ha entendido bien, no tenemos cupo disponible para usted, no puedo despedir a un buen profesor que ha hecho las cosas bien. Podría venir para el inicio del siguiente curso, le tendré un cupo asegurado para entonces —le tendió los papeles y él los recibió con una sonrisa en los labios. —Me temo, entonces, que no podré hacer nada al respecto —le dijo e hizo ademán de ponerse en pie, pero la puerta de la oficina se abrió y un hombre delgado y pálido asomó la cabeza. —Disculpe, director Pérez, tengo que hablar con usted —entró sin más miramientos y el director lo miró con los ojos abiertos. —El señor Harrison está a punto de retirarse, ¿podría esperar? —el maestro negó y dejó un papel sobre la mesa. —Renuncio —dijo y las mejillas del director se movieron hacia los lados cuando sacudió la cabeza. El hombre sentado frente al escritorio se acomodó de nuevo en la silla y cruzó las piernas mirando al profesor, era un hombre alto, casado con una enfermera que casi nunca estaba en casa; Tenía dos hijos que estudiaban en esa misma escuela y se encontraba en el salón de química con un estudiante de décimo grado, menor de edad, y se acostaba con él al menos dos veces por semana, o eso fue lo que él alcanzó a descubrir el tiempo que lo estuvo espiando. Esperó que no le asustara mucho la carta anónima llena de fotos de él y el joven en la intimidad con una nota que lo obligaba a renunciar a su puesto para mantener el anonimato de las fotografías. El hombre salió de la oficina sin decir una palabra más y el director observó sorprendido la carta que tenía sobre la mesa. —¿Era el profesor de historia? —le preguntó y el hombre dejó la carta de renuncia de lado para asentir con la cabeza —parece que el cupo ya está disponible —él asintió. —Parece que sí, ¿qué le parece empezar la próxima semana? —él negó. —Comienzo mañana. Salió de la oficina con una sonrisa de triunfo marcada en el rostro cuando su teléfono sonó en el bolsillo. —¿Lo conseguiste? —le preguntó la voz de su amigo al otro lado y él sonrió. —El chantaje funcionó bien, ahora soy el nuevo maestro de historia —sintió al hombre bufar al otro lado del teléfono, entendía que no estaba de acuerdo con el plan del pelinegro, pero no tenía más opción que ayudarlo. —¿Ya tienes la foto? —como única respuesta sacó del abrigo la imagen de una muchacha, con el cabello rubio trenzado, los ojos verdes y el uniforme rojizo del instituto. — ¿Seguro que es ella? —su amigo asintió con la voz —bien, comencemos.Ezequiel estaba sentado en el suelo entre los pies de Lucas, el moreno estaba sentado en el mueble de la sala de Harrison y lo abrazaba por los hombros con la intención de calmarlo un poco.Las cosas que habían pasado en la casa habían dejado al rubio tembloroso y bastante paranoico. Después de salir llegaron a un hotel no muy caro para no llamar demasiado la atención y allí le explicó a su padre todo lo que sabía de La Carta Blanca y de que Eloísa estaba viva.—Sé que es tu padre —le dijo el hombre a Lucas —pero si ese hijo de puta intentó secuestrar a mi hija lo voy a matar —Ezequiel avanzó hacia donde él estaba y lo sacudió por los hombros.—No puedes decirle nada, papá, si él se entera que sabemos puede ser un inconveniente. Ya sabemos que Eloísa está lo más a salvo que se puede, ahora tenemos qué preocuparnos por nosotros mismos, por ahora, concentrate en tratar de recordar si el abuelo o su padre te dijeron algo sobre el tal collar —Saúl sacudió la cabeza y el cabello rubio húme
Eloísa se sentía cansada y derrotada, de haberlo sabido, se hubiera quedado durmiendo plácidamente toda la noche, pero en vez de eso, viajaba estrecha en la parte de atrás de un auto, mojada y esposada a Lucía al señor Bob rumbo de nuevo a su cárcel de oro.Miró al anciano y se preguntó por qué las dejó hacer toda esa locura si sabía que no serviría de nada, parecía que por el mero hecho de sacar de quicio a Luther el hombre hacía cualquier cosa.Vio las luces de la casa a lo lejos, parecía que su huida había revolucionado el lugar, ya que todas las luces estaban encendidas y se veían a los hombres correr de un lado para otro.Cuando el auto entró en la casa Eloísa, que estaba al borde de la ventana, levantó la cabeza y se encontró con los afilados ojos de Luther que la miró desde el tercer piso y ella sintió un escalofrío. Se preguntó si por ese hecho perderían los privilegios que tenían, por que podían caminar por toda la casa, comer, ver la televisión, aunque no se entendiera nada,
Eloísa tomó de la muñeca a Lucía y la levantó de la cama prácticamente a rastras, tenía el corazón acelerado y el dolor de la pierna le impedía caminar con habilidad, pero no le importó. —¿De qué hablas? —le preguntó la muchacha delgadita y Eloísa la tomó por los hombros. —Luther no nos vigila —le dijo ella en un susurro —solo hay un par de hombres en las entradas, pero pasé un rato buscando una salida y la encontré —Lucía parecía desconcentrada y Eloísa la vio dudar por un momento. —¿Y qué haremos allá afuera? ¿Cómo vamos a regresar? —Eloísa la tomó de la muñeca y comenzó a arrastrarla fuera de la habitación. —Ya pensé en eso, iremos a la embajada de Colombia en este país, ellos nos llevarán a casa, si no funciona, llamaré a mi padre, tiene un jet privado que puede venir por nosotras —Lucía frenó en seco y detuvo a Eloísa. —Es un viaje como de veinte horas —Eloísa retomó la marcha y la sacó de la habitación. —Sé que Gael vendrá por mí, por nosotras, sobre todo por él —llevó a L
La carnicería.Ezequiel sintió que le palpitaba con tanta fuerza el corazón que no escuchó nada más que sus fuertes latidos mientras el hombre que tenía una feroz expresión avanzaba hacia ellos. Saúl, su padre, aferró la espada con fuerza y cuando el hombre estuvo a un metro y extendió el aparato eléctrico que produjo un ruido aterrador, Saúl lanzó un tajo con la espada que le amputó dos dedos de la mano que rodaron por el piso alfombrado. El hombre cayó de rodillas al suelo gritando y Ezequiel tomó el bastón eléctrico que rodó cerca de él.El resto de los hombres se miraron, Saúl con la espada se veía amenazante y los gritos de su compañero en el suelo no ayudaban. Ezequiel volteó a mirar a su madre encogida detrás de él y le gritó:—¡Corre! —la mujer se escabulló por la puerta del pequeño museo y todos los hombres se abalanzaron sobre ellos.Saúl manejaba con estudiada habilidad la espada, según Ezequiel recordaba, había practicado esgrima de joven, y acertaba dos de cada tres zarpa
Gael tuvo que utilizar todas las habilidades que tenía para poder estar sentado frente al celular en medio de la sala. Llevaba dos días sin ir al colegio y estaba casi seguro que ya no volvería, no tenía sentido volver si ni Eloísa ni Ezequiel estaban ahí, y ahora ambos sabían la verdad y la farsa se le había escurrido entre los dedos como un puñado de arena. Gabriel estaba sentado frente a él y señaló el celular con gesto aburrido.—¿Qué te hace pensar que esta vez sí te devolverá la llamada? —le preguntó y Gael no contestó, nada lo aseguraba —desde que se llevó a papá has intentado esto cada vez que puedes y él no aparece —como para burlarse del pesimismo de Gabriel el teléfono sonó y Gael notó que era un número privado. Cuando contestó y reconoció la voz de Luther al otro lado se le revolvió el estómago, no sabía qué sentir, si odio por escuchar la voz del hombre que le descontroló la vida y secuestró a su padre o un poco de nostalgia por un viejo amigo.—¿Lo encontraste? —le pregu
Lucía ayudaba a Eloísa a caminar por los corredores amplios y frescos de la casa, la pierna le dolía como el demonio con cada paso que daba y la muchacha delgadita le estaba sirviendo de apoyo.Eloísa, por primera vez desde que se había despertado en ese extraño lugar se permitió pensar en Gael, en como la había usado para alcanzar sus objetivos y eso le produjo un nudo en el pecho. Apenas estaba comenzando a entender lo que sentí por el hombre y todo se había desbaratado antes sus pies, se le había caído la máscara y ella se sintió usada.Cuando llegaron al final de uno de los pasillos, junto a la puerta había un anciano gordito, con los ojos tremendamente azules y el cabello blanco como un manto de nieve. En cuanto las vio, caminó hacia ellas y tomó el rostro de Eloísa con las cálidas manos para contemplarla detenidamente.—Si —dijo más bien para sí mismo y Eloísa se quedó paralizada —eres tal como te imaginé — se volteó de lado después de soltarla y le señaló el hombro para que ell
Último capítulo