Estaban sentados en el suelo del cuarto que hacía las veces de mini museo, Gael intentaba ordenar las piezas de la tetera que Eloísa había roto en un vano intento por encontrar la forma de ordenarlas para unirlas.
—No funcionará —le dijo ella —dala por perdida —él negó.
—En la antigua china, utilizaban oro para remendar las piezas rotas, era un claro ejemplo de que nuestras cicatrices en vez de hacernos defectuosos nos hacen bellos —Eloísa ladeó la cabeza, era interesante y tierno ver como un hombre de metro ochenta, de hombros anchos y expresión firme, se preocupaba profundamente por los restos de una pequeña pieza de porcelana. A Eloísa le recordó a los hombres fornidos y tatuados amantes de los gatos.
—En todo caso, Gael, no creo que encuentres pegamento de oro por aquí para arreglarla —él ladeo la cabeza.
—Si me dejas llevarla a casa Gabriel la arreglará —Eloísa asintió y se acercó al hombre juntando sus brazos —¿crees que Ezequiel me golpee? —ella asintió con la cabeza.
—Es muy p