Cuando Eloísa llegó a casa esa tarde encontró una revolución absoluta, las empleadas del servicio corrían por toda la casa llevando ollas o decoraciones de flores, otras barrían y recogían cada mota de polvo de la impecable superficie del suelo. Cuando llegó a la cocina su madre gestionaba frente a la estufa algo de olor fuerte y le hizo picar a Eloísa la nariz.
—Parece que recibiremos a la reina de Inglaterra —le dijo Eloísa y la mujer se volvió hacía ella, traía puesto un vestido que le llegaba a la mitad del muslo y unos tacones exageradamente altos.
—Ya te dije que es un negocio importante —le dijo Felicia, el maquillaje ocultaba unas ojeras oscuras que Eloísa logró percibir — Será mucho dinero para la esmeraldera, y tú eres dueña de un tercio de ella, así que te conviene —Eloísa bufó.
—¿Qué gano yo si papá no me deja disponer de mi dinero? —Felicia de cruzó de brazos.
—Si no hubieras sido tan rebelde antes, grosera y prepotente repitiendo una y otra vez el último año depondrías d