Dracovish se deslizaba entre los árboles con una agilidad felina. Había seguido rastros casi imposibles de percibir: huellas ligeras, fragmentos de energía que el viento no había borrado del todo. Todo lo llevaba hacia un territorio prohibido, uno del que se hablaba en susurros entre los vampiros: el reino oculto de las hadas.
Cuando atravesó un arco de raíces, la visión lo golpeó como un puñal de belleza. El reino se desplegaba ante sus ojos con un fulgor sobrenatural: torres cristalinas, cascadas suspendidas en el aire, criaturas brillantes que parecían nacer de la luz misma. Era un paraíso… pero para él, también un recordatorio de enemistad.
Dracovish se mantuvo en las sombras, usando su capa para ocultar su presencia. Su mirada, sin embargo, se clavó en una figura que reconocería en cualquier parte: Eliana. Ella caminaba junto a Kael, con el rostro iluminado por la fascinación y la duda.
El corazón de Dracovish se tensó. Quería correr hacia ella, abrazarla, sacarla de allí. Pero s