No hay necesidad de movernos mucho de nuestra manada, porque llegan acorralándonos.
El aire es un peso frío sobre mi piel. El silencio es lo más aterrador de todo, un vacío que la naturaleza ha dejado. El viento no susurra, las hojas no crujen, y el canto de los grillos ha desaparecido. El terror que sentía por la ceguera de mis poderes se calma. No sé qué sucederá, pero sé que no estoy sola.
Mi padre está del otro lado, su presencia una roca sólida en medio de mi ansiedad. Mi mano, aún entrelazada con la de Thane, se siente como un ancla en esta noche de incertidumbre.
De repente, una figura emerge de las sombras, su silueta definida bajo la luz de la luna. Luego otra, y otra. Tres hombres bloquean nuestro camino. El del medio, un hombre alto con un hacha en la mano, nos mira con una sonrisa de desprecio.
—¡Thane! Ríndete —dice, su voz llena de burla—. Son tres contra dos, y están en desventaja. Ríndete y seré misericordioso.
El cuerpo de Thane, que hasta hace un momento estaba tenso